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lunes, 21 de octubre de 2024

CRISIS DE LA DEMOCRACIA

 

LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA

¿ADONDE PUEDEN LLEVARNOS EL DESGASTE

INSTITUCIONAL Y LA POLARIZACIÓN?

1 LIBRO AUTOR ADAM PRZEWORSKI

EDITOR SIGLO XXI

PRIMERA EDICIÓN

 

LIBRO RECOMENDADO POR ENCARGO

Eludiendo los vaticinios que cada tanto anuncian la muerte de la historia, de las ideologías o del Estado - nación, y muy preocupado por el futuro, Adam Przeworski, uno de los politólogos más agudos y respetados, presenta un recorrido iluminador para comprender a fondo la situación actual de las democracias establecidas.

Sin tecnicismos, a partir de definiciones básicas (¿qué entendemos por democracia y por crisis?), analizando las condiciones de países de América y Europa sobre el eje del pasado y el presente, Przeworski explora primero la experiencia histórica de democracias que se derrumbaron, como la Alemania de Weimar y el Chile de Salvador Allende, y de otras que sobrevivieron aun a costa de represión política y ruptura del orden, como Francia y los Estados Unidos en los años sesenta. Y pone el foco en el período más reciente, de 2008 hasta hoy, para indagar qué rasgos lo diferencian del pasado y obligan a pensar todo de nuevo. Así, examina la desestabilización de los sistemas tradicionales de partidos, el crecimiento de las derechas, el estancamiento de los bajos ingresos, la polarización que atraviesa el tejido social y afecta incluso la vida familiar, la caída de la creencia en el progreso material. Si el statu quo da señales de un agotamiento en todos los órdenes (la política, la vida social, la economía), ¿qué podemos esperar? ¿Hay indicios de una salida autoritaria o más bien de una erosión gradual y casi imperceptible de las instituciones representativas?

PREFACIO A LA EDICIÓN CASTELLANA

Escribir este prefacio es un ejercicio de humildad. En este libro, por ejemplo, nunca se menciona la Argentina como un país donde la democracia podría estar en crisis. Tampoco contempla las trayectorias de Brasil, Chile o México durante las últimas décadas. El motivo es que cuando escribía el borrador de la versión en inglés del presente volumen creía firmemente en la solidez de las instituciones democráticas en esos países. Tanto en la Argentina como en Brasil, incluso las crisis políticas más agudas se procesaron de conformidad con las normas constitucionales. En la Argentina, ante las crisis de  1989 y  2001 no dejó de seguirse escrupulosamente lo dispuesto por su Constitución. Lo mismo sucedió con la primera crisis sufrida por la democracia del Brasil posdictadura militar: el impeachment al presidente Fernando Collor de Mello, en  1992. El traspaso del poder del presidente Fernando Henrique Cardoso al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en 2003, fue, para mí, prueba de que las instituciones brasileñas pueden soportar en forma pacífica una crisis política de una magnitud que habría resultado impensable en muchas democracias como, desde luego, en la de los Estados Unidos. A la vez, interpreté el alejamiento pacífico del cargo de Mauricio Macri como una prueba de que la derecha argentina ya no es golpista.

Por último, en Chile y México, a pesar de estallidos ocasionales de protestas populares, el control del gobierno se alternó pacíficamente entre la centroizquierda y la centroderecha.

Lo que no anticipé fue que en varios países latinoamericanos se intensificarían tan velozmente la polarización política, la erosión de los partidos de centro y la irrupción de los extremos. Se trata de los mismos patrones que observé en los países analizados en el presente volumen. Y son peligrosos para la democracia. El sistema democrático funciona correctamente cuando los conflictos que surgen en una sociedad, sean cuales fueren, se procesan de manera pacífica dentro del marco institucional, fundamentalmente mediante el mecanismo de las elecciones. Este mecanismo, sin embargo, solo obra de forma adecuada cuando lo que está en juego en las elecciones no es demasiado pequeño, esto es, cuando los resultados de las elecciones tienen incidencia en las políticas que procuran implementar los gobiernos y en el bienestar de los diferentes grupos, ni demasiado grande, lo que equivale a decir: cuando una derrota electoral no resulta intolerable para los perdedores. La polarización política, que tiene raíces profundas en las divisiones económicas, sociales y culturales, vuelve las derrotas electorales difíciles de aceptar e induce a los perdedores a orientar sus acciones fuera del marco de las instituciones representativas.

No es mucho más lo que puedo decir hoy en día, ni siquiera en retrospectiva. Como el libro expone, intentar dar con las causas de la erosión de las instituciones y las normas democráticas nos deja con más preguntas que respuestas. No debemos creer en los diagnósticos que pretenden saber y conocerlo todo. Es más: aunque los efectos sean similares, las causas pueden no ser las mismas en diferentes países. Pero no caben dudas de que las instituciones representativas tradicionales están pasando por una crisis en muchos países del mundo. En algunos de ellos, ocupan el poder líderes antiestatistas, prejuiciosos, xenófobos, nacionalistas y autoritarios; en muchos otros, los partidos de esa calaña siguen logrando avances electorales en un momento en que gran cantidad de ciudadanos situados en el centro político ha perdido confianza en los políticos, los partidos y las instituciones. Las denuncias dirigidas a las instituciones representativas suelen desestimarse por considerárselas una manifestación de “populismo”. No obstante, la validez de las críticas a las instituciones tradicionales es evidente.

Es poco sincero quejarse de esas reacciones y lamentarse, al mismo tiempo, de la persistente desigualdad. Del siglo XVII en adelante, las personas situadas en ambos extremos del espectro político –aquellos para quienes constituía una promesa y aquellos que la consideraban una amenaza– creyeron que la democracia, específicamente el sufragio universal, generaría igualdad en las esferas económica y social. Esa creencia todavía se encuentra consagrada en el caballito de batalla de la economía política contemporánea: el modelo del votante medio. La persistencia de la desigualdad constituye evidencia prima facie de que las instituciones representativas no funcionan como deben, al menos no como casi todo el mundo creyó que lo harían. Por lo tanto, no debe sorprendernos el ascenso del “populismo”: el descontento con las instituciones políticas que reproducen la desigualdad y no ofrecen alternativas.

La coexistencia del capitalismo y la democracia siempre fue problemática y endeble. Esa tensión encuentra su mejor caracterización en el comentario de Marx acerca de la “Constitución burguesa” (de Francia, en 1848):

[Esta Constitución] mediante el sufragio universal, otorga la posición del poder político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los pequeños burgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de este poder. Encierra la dominación política de la burguesía en unas condiciones democráticas que en todo momento […] ponen en peligro los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipación política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauración social a la política (Marx, 1952 [1851]: 62).

No obstante, en algunos países –específicamente, 13– la democracia y el capitalismo coexistieron sin interrupciones durante al menos un siglo, y en muchos otros países durante períodos más breves, aunque de todos modos extensos, la mayoría de los cuales continúan en la actualidad. Los partidos de la clase trabajadora que habían albergado la esperanza de abolir la propiedad privada de los medios de producción comprendieron que su objetivo era inviable, aprendieron a valorar la democracia y a administrar economías capitalistas cuando les era posible acceder al poder mediante elecciones. Los sindicatos, también considerados en un inicio una amenaza de muerte para el

INTRODUCCIÓN

La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno se producen los más diversos fenómenos mórbidos.

ANTONIO GRAMSCI, CUADERNOS DE LA CÁRCEL, C. 1930

Algo está ocurriendo: en muchas democracias maduras se da un estallido de sentimientos “antiestablishment”, “antisistema”, “antiélite”, “populistas”. Después de casi un siglo en que los mismos partidos de siempre dominaron la política democrática, nuevos partidos surgen como hongos después de la lluvia, mientras que el apoyo a los tradicionales se debilita. En muchos países, la participación electoral decae hasta llegar a niveles sin precedentes históricos. La confianza en los políticos, los partidos, los órganos parlamentarios y los gobiernos está disminuyendo.

Incluso el apoyo a la democracia como sistema de gobierno se ha atenuado. Las preferencias populares en lo que hace a la política difieren en forma radical. Aún más: los síntomas no son solo políticos. La pérdida de confianza en las instituciones se extiende a los medios, los bancos, las corporaciones privadas, incluso las iglesias. Los individuos con diferentes enfoques políticos, valores y culturas se perciben, cada día más, como enemigos: están dispuestos a cometer actos reprensibles contra el prójimo.

¿Está en crisis la democracia? ¿Y es esta una crisis que hará época? ¿Estamos viviendo el fin de una era? Dado que es fácil caer en el alarmismo, necesitamos no perder la perspectiva. Los anuncios apocalípticos del “fin de” (la civilización occidental, la historia, la democracia) o la “muerte de” (el Estado, la ideología, el Estado-nación) han existido siempre. Semejantes afirmaciones captan el interés del público; pero no tengo registro de que siquiera uno de los elementos de esa lista haya llegado a su fin o haya muerto. No ceder al temor, preservar una dosis de escepticismo, puede ser un buen punto de partida. La hipótesis nula debe ser que las cosas van y vienen, y que en el momento actual no hay nada de excepcional. A fin de cuentas, bien puede ser verdad que, como diría el marxista húngaro Georg Lukács, “las crisis son una mera intensificación de la vida cotidiana de la sociedad burguesa”. Basta con señalar que la biblioteca Widener de Harvard aloja más de 23 600 libros publicados en inglés en el siglo XX cuyos títulos incluyen la palabra “crisis” (Graf y Jarausch, 2017).

Sin embargo, muchas personas temen que este momento sea diferente, que muchas democracias consolidadas estén pasando por condiciones que carecen de precedentes históricos, que la democracia pueda deteriorarse gradualmente, “autocratizarse” o, incluso, no sobrevivir en estas mismas condiciones.

CRISIS DE LA DEMOCRACIA

¿A qué deberíamos prestar atención si tememos que la democracia esté sufriendo una crisis? Para detectar las crisis de la democracia, necesitamos contar con un aparato conceptual. ¿Qué es la democracia? ¿Qué es una crisis? La crisis ¿ya está presente o se avecina? Si ya está entre nosotros, ¿cómo la reconocemos? Si todavía no es visible, ¿a partir de qué señales interpretamos el futuro?

Se nos dice una y otra vez que “a menos que la democracia sea X o genere X…”. Y rara vez se explicita a qué aluden los puntos suspensivos, pero estos insinúan que un sistema en especial no es digno de ser considerado “democracia” a menos que alguna condición X se satisfaga. La primera afirmación es normativa, aunque a veces pretenda pasar por una definición. Skinner (1973: 303), por ejemplo, considera que un sistema en el que solo algunas personas gobiernan no reúne los requisitos para ser considerado “democracia”, aun en el caso de ser una oligarquía competitiva.

Por su parte, Rosanvallon (2009) afirma: “Ahora el poder no se considera plenamente democrático a menos que se someta a las pruebas del control y la validación, simultáneamente concurrentes y complementarias con la expresión popular”. La segunda afirmación es empírica, ya que equivale a decir que la democracia no puede perdurar a menos que se cumplan (o no se cumplan) algunas condiciones X. Si la democracia requiere ciertas condiciones (por ejemplo, los “salarios elevados y alfabetización universal” de J. S. Mill, 1977 [1859]: 99) solo para funcionar, entonces estará expuesta a fallas y crisis en ausencia de aquellas. Un mínimo de bienestar económico, cierto nivel de confianza de la ciudadanía en las instituciones políticas o algún nivel básico de orden público son los candidatos más probables para tales condiciones.

Así, una manera de pensar la cuestión es que la democracia sufre una crisis en ausencia de algunas características que consideramos definitorias. Pensemos en una tríada de lo que Ginsburg y Huq (2018a) consideran “los predicados básicos” de ese sistema de gobierno: elecciones competitivas, derechos liberales de asociación y de libre expresión, e imperio de la ley (estado de derecho). Si tomamos esa tríada como definitoria, tendremos una lista de los factores a los que deberíamos estar atentos para identificar crisis de la democracia: elecciones no competitivas, violaciones de los derechos, fallas en el cumplimiento de la ley. Sin embargo, si creemos que, dada cierta situación peculiar, la democracia puede no sobrevivir, podemos temer que enfrente una crisis aunque no se observen esas violaciones. Es posible que todavía contemos con esa lista construida por definición, pero ahora también tenemos un conjunto de hipótesis que condicionan la supervivencia de la democracia ante más amenazas potenciales. Esas hipótesis nos sugieren analizar las amenazas específicas. Si esas hipótesis son válidas, si la supervivencia de la democracia depende de algunos factores de su desempeño y no genera los resultados requeridos, la democracia misma está en crisis.

Cabe señalar que algunas características pueden tratarse, alternativamente, como definitorias o empíricas. Si se define la democracia como hace Rosanvallon, incluyendo limitaciones contramayoritarias al gobierno de la mayoría, una “democracia constitucional”, entonces la erosión de la independencia judicial es prima facie prueba de que algo no anda bien. Pero también es posible pensar que si el Poder Judicial no es independiente, el gobierno tendrá la libertad de hacer lo que desee, violar los derechos liberales o convocar a comicios no competitivos. El problema que entraña adjetivar el término “democracia” radica en que no todas las cosas buenas deben ir juntas. Cuantos más elementos –“electoral”, “liberal”, constitucional”, “representativa”, “social”– añadamos a la definición de democracia, más extenso será el listado y más crisis descubriremos. En contrapartida, la misma lista puede tratarse como un conjunto de hipótesis empíricas.

Entonces, podremos investigar empíricamente cuáles son las condiciones que deben darse para considerar que las elecciones son competitivas o que los derechos son respetados o que prevalece el imperio de la ley. Si es verdad que las elecciones son competitivas solo si se observan los derechos e impera la ley, entonces tomar cualquiera de esas características como definitorias y tratar el resto como “precondiciones” es coextensivo. Si no son características coextensivas, entonces es inevitable algún tipo de minimalismo en la definición: debemos elegir una de las muchas posibles como definitoria y tratar las demás como condiciones hipotéticas que, en caso de cumplirse, redundan en la característica seleccionada.

Por lo tanto, según cómo concibamos la democracia, variarán aquello que consideremos que constituye una crisis y el modo en que procedamos para diagnosticarla. Adopto un concepto minimalista y electoralista: la democracia es un acuerdo político en el cual las personas deciden su gobierno mediante elecciones y cuentan con una razonable posibilidad de destituir a los gobiernos en funciones que no sean de su agrado (entre los autores que adhieren a esta visión se cuentan Schumpeter, 1942; Popper, 1962; y Bobbio, 1987). La democracia es lisa y llanamente un sistema en el cual quienes están en funciones pueden perder las elecciones y, en ese caso, dejan sus cargos. Por tanto, investigo las posibles amenazas que se suscitarían si las elecciones se volvieran no competitivas o sin consecuencias para quien quiera sea que permanezca en el poder. Seré reiterativo: esas amenazas pueden incluir violaciones a las precondiciones para que existan elecciones competitivas (los derechos y libertades liberales, que enumera Dahl, 1971) sim

ÍNDICE

Prefacio a la edición castellana

Prefacio a la primera edición

Introducción

PARTE I

EL PASADO: LAS CRISIS DE LA DEMOCRACIA

1.

=    Patrones generales

2.

=    Algunas historias

=    Alemania, 1928-1933

=    Chile, 1970-1973 75

=    Francia, 1954-1962 y 1968

=    Estados Unidos, 1964-1976

3.

=    Lecciones de la historia: qué buscar

PARTE II

EL PRESENTE: ¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO?

4.

=    Las señales

=    Erosión de los sistemas de partidos tradicionales

=    El ascenso del populismo de derecha

=    Mengua del apoyo a la democracia en las encuestas

5.

=    Causas potenciales

=    La economía: estancamiento del ingreso,

 desigualdad y movilidad

=    División: polarización, racismo y hostilidad

6.

=    ¿Dónde deben buscarse explicaciones?

=    Cuestiones metodológicas

=    Votar y apoyar a la derecha radical

7.

=    ¿Qué puede carecer de precedentes?

PARTE III

¿EL FUTURO?

8.

=    El funcionamiento de la democracia

=    Conflictos e instituciones

=    Las elecciones como método para procesar conflictos

=    El gobierno y la oposición entre elecciones

=    Cómo fracasan las democracias

9.

=    La subversión sigilosa

=    Autocratización de la democracia

=    El sigilo

=    Dinámica de la subversión desde arriba

=    ¿Podría suceder aquí?

10.

=    ¿Qué puede suceder y qué es imposible que ocurra?

=    Referencias

FICHA TÉCNICA:

1 Libro

240 páginas

En formato de 13.5 por 21 por 1.2 cm

Pasta delgada en color plastificada

Primera edición 2022

ISBN 9786070312595

Autor Adam Przeworski

Traducción de Adam Przeworski

Editor Siglo XXI

 

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