LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA
¿ADONDE PUEDEN LLEVARNOS EL DESGASTE
INSTITUCIONAL Y LA POLARIZACIÓN?
1 LIBRO AUTOR ADAM PRZEWORSKI
EDITOR SIGLO XXI
PRIMERA EDICIÓN
LIBRO RECOMENDADO POR
ENCARGO
Eludiendo
los vaticinios que cada tanto anuncian la muerte de la historia, de las
ideologías o del Estado - nación, y muy preocupado por el futuro, Adam
Przeworski, uno de los politólogos más agudos y respetados, presenta un
recorrido iluminador para comprender a fondo la situación actual de las
democracias establecidas.
Sin
tecnicismos, a partir de definiciones básicas (¿qué entendemos por democracia y
por crisis?), analizando las condiciones de países de América y Europa sobre el
eje del pasado y el presente, Przeworski explora primero la experiencia
histórica de democracias que se derrumbaron, como la Alemania de Weimar y el
Chile de Salvador Allende, y de otras que sobrevivieron aun a costa de
represión política y ruptura del orden, como Francia y los Estados Unidos en
los años sesenta. Y pone el foco en el período más reciente, de 2008 hasta hoy,
para indagar qué rasgos lo diferencian del pasado y obligan a pensar todo de
nuevo. Así, examina la desestabilización de los sistemas tradicionales de
partidos, el crecimiento de las derechas, el estancamiento de los bajos
ingresos, la polarización que atraviesa el tejido social y afecta incluso la
vida familiar, la caída de la creencia en el progreso material. Si el statu quo
da señales de un agotamiento en todos los órdenes (la política, la vida social,
la economía), ¿qué podemos esperar? ¿Hay indicios de una salida autoritaria o
más bien de una erosión gradual y casi imperceptible de las instituciones
representativas?
PREFACIO A LA EDICIÓN CASTELLANA
Escribir
este prefacio es un ejercicio de humildad. En este libro, por ejemplo, nunca se
menciona la Argentina como un país donde la democracia podría estar en crisis.
Tampoco contempla las trayectorias de Brasil, Chile o México durante las últimas
décadas. El motivo es que cuando escribía el borrador de la versión en inglés
del presente volumen creía firmemente en la solidez de las instituciones
democráticas en esos países. Tanto en la Argentina como en Brasil, incluso las
crisis políticas más agudas se procesaron de conformidad con las normas
constitucionales. En la Argentina, ante las crisis de 1989 y
2001 no dejó de seguirse escrupulosamente lo dispuesto por su
Constitución. Lo mismo sucedió con la primera crisis sufrida por la democracia
del Brasil posdictadura militar: el impeachment al presidente Fernando Collor
de Mello, en 1992. El traspaso del poder
del presidente Fernando Henrique Cardoso al presidente Luiz Inácio Lula da Silva,
en 2003, fue, para mí, prueba de que las instituciones brasileñas pueden soportar
en forma pacífica una crisis política de una magnitud que habría resultado
impensable en muchas democracias como, desde luego, en la de los Estados
Unidos. A la vez, interpreté el alejamiento pacífico del cargo de Mauricio
Macri como una prueba de que la derecha argentina ya no es golpista.
Por
último, en Chile y México, a pesar de estallidos ocasionales de protestas
populares, el control del gobierno se alternó pacíficamente entre la
centroizquierda y la centroderecha.
Lo
que no anticipé fue que en varios países latinoamericanos se intensificarían
tan velozmente la polarización política, la erosión de los partidos de centro y
la irrupción de los extremos. Se trata de los mismos patrones que observé en
los países analizados en el presente volumen. Y son peligrosos para la
democracia. El sistema democrático funciona correctamente cuando los conflictos
que surgen en una sociedad, sean cuales fueren, se procesan de manera pacífica
dentro del marco institucional, fundamentalmente mediante el mecanismo de las
elecciones. Este mecanismo, sin embargo, solo obra de forma adecuada cuando lo
que está en juego en las elecciones no es demasiado pequeño, esto es, cuando los
resultados de las elecciones tienen incidencia en las políticas que procuran implementar
los gobiernos y en el bienestar de los diferentes grupos, ni demasiado grande,
lo que equivale a decir: cuando una derrota electoral no resulta intolerable
para los perdedores. La polarización política, que tiene raíces profundas en las
divisiones económicas, sociales y culturales, vuelve las derrotas electorales
difíciles de aceptar e induce a los perdedores a orientar sus acciones fuera
del marco de las instituciones representativas.
No
es mucho más lo que puedo decir hoy en día, ni siquiera en retrospectiva. Como
el libro expone, intentar dar con las causas de la erosión de las instituciones
y las normas democráticas nos deja con más preguntas que respuestas. No debemos
creer en los diagnósticos que pretenden saber y conocerlo todo. Es más: aunque los
efectos sean similares, las causas pueden no ser las mismas en diferentes
países. Pero no caben dudas de que las instituciones representativas
tradicionales están pasando por una crisis en muchos países del mundo. En
algunos de ellos, ocupan el poder líderes antiestatistas, prejuiciosos,
xenófobos, nacionalistas y autoritarios; en muchos otros, los partidos de esa
calaña siguen logrando avances electorales en un momento en que gran cantidad
de ciudadanos situados en el centro político ha perdido confianza en los
políticos, los partidos y las instituciones. Las denuncias dirigidas a las instituciones
representativas suelen desestimarse por considerárselas una manifestación de
“populismo”. No obstante, la validez de las críticas a las instituciones
tradicionales es evidente.
Es
poco sincero quejarse de esas reacciones y lamentarse, al mismo tiempo, de la
persistente desigualdad. Del siglo XVII en adelante, las personas situadas en
ambos extremos del espectro político –aquellos para quienes constituía una
promesa y aquellos que la consideraban una amenaza– creyeron que la democracia,
específicamente el sufragio universal, generaría igualdad en las esferas
económica y social. Esa creencia todavía se encuentra consagrada en el
caballito de batalla de la economía política contemporánea: el modelo del
votante medio. La persistencia de la desigualdad constituye evidencia prima
facie de que las instituciones representativas no funcionan como deben, al
menos no como casi todo el mundo creyó que lo harían. Por lo tanto, no debe
sorprendernos el ascenso del “populismo”: el descontento con las instituciones
políticas que reproducen la desigualdad y no ofrecen alternativas.
La
coexistencia del capitalismo y la democracia siempre fue problemática y
endeble. Esa tensión encuentra su mejor caracterización en el comentario de
Marx acerca de la “Constitución burguesa” (de Francia, en 1848):
[Esta
Constitución] mediante el sufragio universal, otorga la posición del poder
político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a
los campesinos, a los pequeños burgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social
sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de este poder.
Encierra la dominación política de la burguesía en unas condiciones
democráticas que en todo momento […] ponen en peligro los fundamentos mismos de
la sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la
emancipación política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de
la restauración social a la política (Marx, 1952 [1851]: 62).
No
obstante, en algunos países –específicamente, 13– la democracia y el
capitalismo coexistieron sin interrupciones durante al menos un siglo, y en
muchos otros países durante períodos más breves, aunque de todos modos
extensos, la mayoría de los cuales continúan en la actualidad. Los partidos de
la clase trabajadora que habían albergado la esperanza de abolir la propiedad
privada de los medios de producción comprendieron que su objetivo era inviable,
aprendieron a valorar la democracia y a administrar economías capitalistas
cuando les era posible acceder al poder mediante elecciones. Los sindicatos, también
considerados en un inicio una amenaza de muerte para el
INTRODUCCIÓN
La
crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede
nacer; en este interregno se producen los más diversos fenómenos mórbidos.
ANTONIO GRAMSCI, CUADERNOS DE LA CÁRCEL, C. 1930
Algo
está ocurriendo: en muchas democracias maduras se da un estallido de
sentimientos “antiestablishment”, “antisistema”, “antiélite”, “populistas”.
Después de casi un siglo en que los mismos partidos de siempre dominaron la
política democrática, nuevos partidos surgen como hongos después de la lluvia, mientras
que el apoyo a los tradicionales se debilita. En muchos países, la
participación electoral decae hasta llegar a niveles sin precedentes
históricos. La confianza en los políticos, los partidos, los órganos
parlamentarios y los gobiernos está disminuyendo.
Incluso
el apoyo a la democracia como sistema de gobierno se ha atenuado. Las
preferencias populares en lo que hace a la política difieren en forma radical.
Aún más: los síntomas no son solo políticos. La pérdida de confianza en las
instituciones se extiende a los medios, los bancos, las corporaciones privadas,
incluso las iglesias. Los individuos con diferentes enfoques políticos, valores
y culturas se perciben, cada día más, como enemigos: están dispuestos a cometer
actos reprensibles contra el prójimo.
¿Está
en crisis la democracia? ¿Y es esta una crisis que hará época? ¿Estamos
viviendo el fin de una era? Dado que es fácil caer en el alarmismo, necesitamos
no perder la perspectiva. Los anuncios apocalípticos del “fin de” (la
civilización occidental, la historia, la democracia) o la “muerte de” (el
Estado, la ideología, el Estado-nación) han existido siempre. Semejantes
afirmaciones captan el interés del público; pero no tengo registro de que
siquiera uno de los elementos de esa lista haya llegado a su fin o haya muerto.
No ceder al temor, preservar una dosis de escepticismo, puede ser un buen punto
de partida. La hipótesis nula debe ser que las cosas van y vienen, y que en el
momento actual no hay nada de excepcional. A fin de cuentas, bien puede ser
verdad que, como diría el marxista húngaro Georg Lukács, “las crisis son una mera
intensificación de la vida cotidiana de la sociedad burguesa”. Basta con
señalar que la biblioteca Widener de Harvard aloja más de 23 600 libros
publicados en inglés en el siglo XX cuyos títulos incluyen la palabra “crisis”
(Graf y Jarausch, 2017).
Sin
embargo, muchas personas temen que este momento sea diferente, que muchas
democracias consolidadas estén pasando por condiciones que carecen de
precedentes históricos, que la democracia pueda deteriorarse gradualmente,
“autocratizarse” o, incluso, no sobrevivir en estas mismas condiciones.
CRISIS DE LA DEMOCRACIA
¿A
qué deberíamos prestar atención si tememos que la democracia esté sufriendo una
crisis? Para detectar las crisis de la democracia, necesitamos contar con un
aparato conceptual. ¿Qué es la democracia? ¿Qué es una crisis? La crisis ¿ya
está presente o se avecina? Si ya está entre nosotros, ¿cómo la reconocemos? Si
todavía no es visible, ¿a partir de qué señales interpretamos el futuro?
Se
nos dice una y otra vez que “a menos que la democracia sea X o genere X…”. Y
rara vez se explicita a qué aluden los puntos suspensivos, pero estos insinúan
que un sistema en especial no es digno de ser considerado “democracia” a menos
que alguna condición X se satisfaga. La primera afirmación es normativa, aunque
a veces pretenda pasar por una definición. Skinner (1973: 303), por ejemplo,
considera que un sistema en el que solo algunas personas gobiernan no reúne los
requisitos para ser considerado “democracia”, aun en el caso de ser una
oligarquía competitiva.
Por
su parte, Rosanvallon (2009) afirma: “Ahora el poder no se considera plenamente
democrático a menos que se someta a las pruebas del control y la validación,
simultáneamente concurrentes y complementarias con la expresión popular”. La
segunda afirmación es empírica, ya que equivale a decir que la democracia no puede
perdurar a menos que se cumplan (o no se cumplan) algunas condiciones X. Si la
democracia requiere ciertas condiciones (por ejemplo, los “salarios elevados y
alfabetización universal” de J. S. Mill, 1977 [1859]: 99) solo para funcionar,
entonces estará expuesta a fallas y crisis en ausencia de aquellas. Un mínimo
de bienestar económico, cierto nivel de confianza de la ciudadanía en las
instituciones políticas o algún nivel básico de orden público son los
candidatos más probables para tales condiciones.
Así,
una manera de pensar la cuestión es que la democracia sufre una crisis en
ausencia de algunas características que consideramos definitorias. Pensemos en
una tríada de lo que Ginsburg y Huq (2018a) consideran “los predicados básicos”
de ese sistema de gobierno: elecciones competitivas, derechos liberales de
asociación y de libre expresión, e imperio de la ley (estado de derecho). Si
tomamos esa tríada como definitoria, tendremos una lista de los factores a los
que deberíamos estar atentos para identificar crisis de la democracia:
elecciones no competitivas, violaciones de los derechos, fallas en el
cumplimiento de la ley. Sin embargo, si creemos que, dada cierta situación
peculiar, la democracia puede no sobrevivir, podemos temer que enfrente una
crisis aunque no se observen esas violaciones. Es posible que todavía contemos
con esa lista construida por definición, pero ahora también tenemos un conjunto
de hipótesis que condicionan la supervivencia de la democracia ante más
amenazas potenciales. Esas hipótesis nos sugieren analizar las amenazas
específicas. Si esas hipótesis son válidas, si la supervivencia de la
democracia depende de algunos factores de su desempeño y no genera los
resultados requeridos, la democracia misma está en crisis.
Cabe
señalar que algunas características pueden tratarse, alternativamente, como
definitorias o empíricas. Si se define la democracia como hace Rosanvallon,
incluyendo limitaciones contramayoritarias al gobierno de la mayoría, una
“democracia constitucional”, entonces la erosión de la independencia judicial es
prima facie prueba de que algo no anda bien. Pero también es posible pensar que
si el Poder Judicial no es independiente, el gobierno tendrá la libertad de
hacer lo que desee, violar los derechos liberales o convocar a comicios no
competitivos. El problema que entraña adjetivar el término “democracia” radica
en que no todas las cosas buenas deben ir juntas. Cuantos más elementos
–“electoral”, “liberal”, constitucional”, “representativa”, “social”– añadamos
a la definición de democracia, más extenso será el listado y más crisis
descubriremos. En contrapartida, la misma lista puede tratarse como un conjunto
de hipótesis empíricas.
Entonces,
podremos investigar empíricamente cuáles son las condiciones que deben darse
para considerar que las elecciones son competitivas o que los derechos son
respetados o que prevalece el imperio de la ley. Si es verdad que las
elecciones son competitivas solo si se observan los derechos e impera la ley,
entonces tomar cualquiera de esas características como definitorias y tratar el
resto como “precondiciones” es coextensivo. Si no son características coextensivas,
entonces es inevitable algún tipo de minimalismo en la definición: debemos
elegir una de las muchas posibles como definitoria y tratar las demás como
condiciones hipotéticas que, en caso de cumplirse, redundan en la
característica seleccionada.
Por
lo tanto, según cómo concibamos la democracia, variarán aquello que
consideremos que constituye una crisis y el modo en que procedamos para
diagnosticarla. Adopto un concepto minimalista y electoralista: la democracia
es un acuerdo político en el cual las personas deciden su gobierno mediante
elecciones y cuentan con una razonable posibilidad de destituir a los gobiernos
en funciones que no sean de su agrado (entre los autores que adhieren a esta
visión se cuentan Schumpeter, 1942; Popper, 1962; y Bobbio, 1987). La
democracia es lisa y llanamente un sistema en el cual quienes están en
funciones pueden perder las elecciones y, en ese caso, dejan sus cargos. Por
tanto, investigo las posibles amenazas que se suscitarían si las elecciones se
volvieran no competitivas o sin consecuencias para quien quiera sea que
permanezca en el poder. Seré reiterativo: esas amenazas pueden incluir
violaciones a las precondiciones para que existan elecciones competitivas (los
derechos y libertades liberales, que enumera Dahl, 1971) sim
ÍNDICE
Prefacio
a la edición castellana
Prefacio
a la primera edición
Introducción
PARTE I
EL PASADO: LAS CRISIS DE LA DEMOCRACIA
1.
= Patrones generales
2.
= Algunas historias
= Alemania, 1928-1933
= Chile, 1970-1973 75
= Francia, 1954-1962 y 1968
= Estados Unidos, 1964-1976
3.
= Lecciones de la historia: qué
buscar
PARTE II
EL PRESENTE: ¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO?
4.
= Las señales
= Erosión de los sistemas de
partidos tradicionales
= El ascenso del populismo de
derecha
= Mengua del apoyo a la democracia
en las encuestas
5.
= Causas potenciales
= La economía: estancamiento del
ingreso,
desigualdad y movilidad
= División: polarización, racismo y
hostilidad
6.
= ¿Dónde deben buscarse
explicaciones?
= Cuestiones metodológicas
= Votar y apoyar a la derecha
radical
7.
= ¿Qué puede carecer de
precedentes?
PARTE III
¿EL FUTURO?
8.
= El funcionamiento de la
democracia
= Conflictos e instituciones
= Las elecciones como método para
procesar conflictos
= El gobierno y la oposición entre
elecciones
= Cómo fracasan las democracias
9.
= La subversión sigilosa
= Autocratización de la democracia
= El sigilo
= Dinámica de la subversión desde
arriba
= ¿Podría suceder aquí?
10.
= ¿Qué puede suceder y qué es imposible
que ocurra?
= Referencias
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
240
páginas
En
formato de 13.5 por 21 por 1.2 cm
Pasta
delgada en color plastificada
Primera
edición 2022
ISBN
9786070312595
Autor
Adam Przeworski
Traducción
de Adam Przeworski
Editor
Siglo XXI
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
electrónico:
Celular:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
LA CRISIS DE LA
DEMOCRACIA
¿ADONDE PUEDEN LLEVARNOS EL
DESGASTE
INSTITUCIONAL Y LA POLARIZACIÓN?
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