domingo, 23 de julio de 2023

SIN CONCIENCIA

 

SIN CONCIENCIA

1 Libro Autor Robert D. Hare

Editor Paidós

PRIMERA EDICIÓN 2023

 

EL INQUIETANTE MUNDO DE

LOS PSICÓPATAS QUE NOS RODEAN

A la mayoría de gente le atraen y a la vez le repelen las imágenes de asesinos fríos y sin conciencia que pueblan películas, programas de televisión y titulares de prensa

Con su flagrante violación de las normas sociales, los asesinos en serie se hallan entre los ejemplos más espectaculares del universo de la psicopatía. Los individuos que poseen este trastorno de la personalidad se dan cuenta de las consecuencias de sus actos y conocen la diferencia entre el bien y el mal, pero son personas carentes de remordimientos e incapaces de preocuparse por los sentimientos de los demás. Quizá lo más espeluznante sea que, muchas veces, para sus víctimas son sujetos completamente normales

Tras veinticinco años de investigación científica, el psicólogo Robert D. Hare nos ofrece un retrato de esos seres y describe con todo detalle un mundo de estafadores, violadores y demás criminales que engañan, mienten y manipulan allá por donde pasan

¿Están los psicópatas locos o son simplemente malvados?

¿Cómo podemos reconocerlos?

¿Cómo podemos protegernos de ellos?

En Sin conciencia encontraremos las respuestas a estas y otras preguntas mediante información contrastada e interpretaciones sumamente esclarecedoras

De la temática divulgación psicológica en estudios sobre la violencia

ÍNDICE:

Nota del autor

Prólogo y agradecimientos

Introducción: el problema

1.

En la piel del psicópata

 2.

Retrato robot

 3.

El perfil: sentimientos y relaciones

 4.

El perfil: estilo de vida

 5.

Control interno: la pieza que falta

 6.

El crimen: la elección lógica

 7.

Psicópatas de cuello blanco

 8.

Palabras extrañas pero convincentes

 9.

Moscas en la telaraña

10.

Las raíces del problema

11.

La ética de las etiquetas

12.

¿Se puede hacer algo?

13.

Guía de supervivencia

Epílogo

Notas

FICHA TÉCNICA:

1 Libro

288 Páginas

Pasta delgada en color plastificado

Primera edición 2023

ISBN 9788449340871

Autor Robert D. Hare

Editor Paidós

 

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9 comentarios:

ALFONSO JAVIER MONARREZ RIOS dijo...

AQUÍ SE ANOTA LO REFERENTE AL PRIMER CAPÍTULO; PARA QUE USTED TENGA UNA MEJOR VISIÓN DEL CONTENIDO DEL MAGNÍFICO TRABAJO DEL AUTOR: Robert D. Hare

1

En la piel del psicópata

Pude ver cómo caía un oscuro hilillo de sangre de la boca de Halmea, cómo resbalaba por la sábana hacia la parte de su cuerpo que quedaba bajo Hud. No me moví, ni siquiera parpadeé, pero entonces vi a Hud de pie, sonriéndome; estaba abrochándose la hebilla del cinturón. «¿A que es una patatita dulce?», dijo. Se puso a silbar y a meterse los bajos del pantalón por dentro de sus botas altas de cuero rojo. Halmea enroscó su cuerpo pegada a la pared...

Larry McMurty, Horseman, Pass By A lo largo de los años me he ido acostumbrando a la siguiente experiencia. En una reunión de amigos o en una comida de trabajo, un compañero me pregunta cortésmente sobre mi especialidad clínica

Yo le doy un breve esbozo de lo que es un psicópata, de sus rasgos diferenciadores. Invariablemente, alguien me mira pensativo y dice: «Señor, esto me suena mucho a un caso que conozco...» o «¿Sabes?, nunca lo había pensado, pero la persona que estás describiendo es igual que mi cuñado»

Estas atribuladas respuestas no se limitan al reino de las relaciones sociales. De forma casi rutinaria, recibo llamadas a mi labora torio de personas que describen a sus maridos, a sus hijos, a un empresario o a un conocido cuya inexplicable conducta les ha causado profundo dolor durante años

No hay nada que nos indique más claramente la necesidad de reflexión y estudio de la psicopatía que estas historias reales de desesperación y malestar. Las tres que exponemos en este capítulo facilitan la comprensión de esa característica de la psicopatía de que «algo va mal, pero no sé exactamente qué»

Uno de los relatos corresponde a una experiencia carcelaria, como la mayoría de los estudios sobre psicópatas (por la sencilla razón de que es en la cárcel donde hay más psicópatas, además de la información necesaria para evaluarlos)

Las otras dos historias están tomadas de la vida real, ya que los psicópatas no se encuentran solo entre la población carcelaria. Padres, hijos, esposas, amantes, compañeros de trabajo y todo tipo de víctimas sin suerte intentan en estos momentos manejar el caos y la confusión que causan los psicópatas e intentan entender qué pretenden. Muchos de los lectores encontrarán un gran parecido entre las personas que figuran en estos ejemplos y aquellos que les han hecho pasar un infierno en algún momento de su vida

AQUÍ SE ANOTA LO REFERENTE AL PRIMER CAPÍTULO; PARA QUE USTED TENGA UNA MEJOR VISIÓN DEL CONTENIDO DEL MAGNÍFICO TRABAJO DEL AUTOR: Robert D. Hare

ALFONSO JAVIER MONARREZ RIOS dijo...

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RAY
Después de obtener el máster en Psicología a principios de la década de 1960, busqué un trabajo para alimentar a mi mujer y a mi pequeña hija y para pagar mis estudios posteriores. Sin haber trabajado nunca antes en una prisión me encontré siendo el único psicólogo de la Penitenciaría de British Columbia

No tenía experiencia profesional ni como psicólogo ni especial interés en psicología clínica o criminología. La penitenciaría de máxima seguridad, cerca de Vancouver, era una enorme institución que albergaba a esa clase de criminales de los que solo había oído hablar en la tele. Decir que me hallaba en un medio poco familiar para mí es un eufemismo

Empecé a trabajar bastante desorientado, sin ningún programa de formación o mentor que me informase en qué consistía eso de ser psicólogo de prisiones. El primer día conocí al director y al personal administrativo, todos con uniforme y algunos con armas al cinto

La prisión estaba dirigida al estilo militar e incluso se suponía que yo debía llevar también un «uniforme» consistente en una americana azul, pantalones de franela gris y zapatos negros. Logré convencer al director de que esa indumentaria no era necesaria, pero insistió en que al menos me hicieran un traje en la tienda de la prisión y me enviaron allí para tomarme las medidas

El resultado fue el primer signo de que no todo estaba tan ordenado ahí dentro: las mangas de la americana eran demasiado cortas, las perneras de los pantalones de diferente medida y los zapatos, cada uno de un número

Esto último me sorprendió bastante porque el recluso que me midió los pies había sido extremadamente meticuloso a la hora de medirlos; incluso dibujó la silueta en una hoja de papel
¿Cómo pudo hacer dos zapatos de diferente medida?

No pude dejar de asumir que me estaban dando una especie de mensaje

Mi primer día de trabajo estuvo lleno de incidencias. Me enseñaron mi despacho: una inmensa área en la planta de arriba de la prisión, un lugar muy distinto de la acogedora madriguera que yo hubiera querido tener. Estaba aislado del resto de la institución y tenía que pasar por una serie de puertas cerradas a cal y canto para llegar hasta allí. En la pared más cercana al escritorio había un sospechoso botón rojo. Un guardia que no tenía ni idea de lo que era un psicólogo de prisiones —algo que yo tampoco sabía, todo hay que decirlo— me dijo que era el botón de emergencias, pero que si alguna vez tenía que apretarlo no confiase en que la ayuda fuese a llegar muy rápido

El psicólogo que me precedió había dejado una pequeña biblioteca en la oficina. Consistía principalmente en libros sobre test de Psicología, tales como el test de Rorschach o el test de Percepción Temática. Conocía aquellas pruebas, pero no las había usado nunca, de manera que esos manuales solo reforzaron mi sensación de que no las tenía todas conmigo…

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ALFONSO JAVIER MONARREZ RIOS dijo...

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…Desde aquel primer encuentro, Ray se las arregló para hacer de mis ocho meses de trabajo en la prisión una experiencia lamentable

Sus constantes demandas de mi tiempo y sus intentos de manipularme para conseguir cosas eran inagotables. En una ocasión, me convenció de que quería aprender el oficio de cocinero —sentía que tenía cualidades para ello, que podría trabajar de cocinero cuando saliese de allí y que tenía buenas ideas para mejorar la comida de prisión, etc.—, de manera que apoyé su petición de ser trasladado del taller de máquinas (donde, al parecer, había fabricado el cuchillo) a la cocina

Lo que no pensé es que ese destino era una golosa fuente de azúcar, patatas, fruta y otros ingredientes con los que se podía elaborar alcohol. Varios meses después de haber recomendado el traslado, hubo una repentina erupción en el suelo, bajo la mesa de trabajo del director. Cuando las cosas se calmaron, descubrimos un elaborado sistema subterráneo de destilación de alcohol. Alguna parte del alambique falló y provocó la explosión de uno de los recipientes. No era la primera vez que se descubría un artefacto como aquel en una prisión de máxima seguridad, pero la audacia de construirlo bajo el asiento del director sorprendió a muchas personas. Cuando se descubrió que Ray era el cerebro de la operación tuvo que pasar algún tiempo en reclusión incomunicada

Una vez fuera del «agujero», Ray apareció en mi oficina como si nada hubiese pasado para pedirme que le trasladase de la cocina al taller de coches: sentía que tenía una habilidad especial, tenía que prepararse para el mundo de ahí fuera, si solo tuviese tiempo para practicar podría abrir su propio taller chapista una vez en la calle...

Todavía me dolía haberle facilitado el primer traslado,
pero, una vez más, me convenció

Poco después decidí dejar la prisión para estudiar un doctorado en psicología. Un mes antes de irme, Ray casi me convenció para que le pidiese a mi padre, contratista de obras, que le emplease en su empresa (para conseguir la libertad condicional)
Cuando mencioné este hecho a otros trabajadores de la prisión, no pudieron aguantarse la risa. Ellos sí conocían a Ray y sus planes de reforma y todos habían desarrollado una actitud escéptica con todo lo relativo a ese interno…

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…y nos dijo que uno de los manguitos había sido obstruido. Esos problemas los solucionamos rápidamente, pero el siguiente, que surgió mientras bajábamos una pronunciada colina, era más serio. El pedal del freno se volvió mullido y, de repente, se hundió hasta el suelo. Cuesta abajo y sin frenos

Afortunadamente, llegamos vivos hasta una gasolinera, donde comprobamos que alguien había cortado el cable del freno de manera que el coche perdiese la frenada poco a poco. Quizá fue coincidencia que Ray trabajase en el taller cuando me arreglaron el coche, pero no me cabe duda de que la «radio macuto» de la prisión le había informado de que ese automóvil era mío

Mi tesis doctoral versó sobre los efectos del castigo en el aprendizaje y en el rendimiento del hombre. Mi búsqueda de información me llevó, por primera vez, a la bibliografía sobre psicopatía

No estoy seguro de si pensé en Ray en ese momento, pero las circunstancias de la vida me lo trajeron de nuevo a la mente poco después

Mi primer empleo después de obtener el doctorado fue en la Universidad British Columbia, no lejos de la penitenciaría donde había trabajado unos años atrás. Durante la semana de matriculación, en aquella era precomputerizada, me hallaba sentado detrás de una mesa con otros colegas para matricular a los estudiantes, alineados en largas colas

Estaba registrando a un estudiante cuando mis oídos me advirtieron de que alguien hablaba de mí. «Sí, trabajé como asistente del doctor Hare en la penitenciaría durante todo el tiempo que pasó él allí, un año más o menos

Yo le llevaba todo el papeleo, le expliqué de qué iba el mundillo de la prisión y todo eso. Sí, me consultaba sobre los casos más difíciles. Hicimos un gran trabajo juntos.» Era Ray, haciendo cola en una de las filas

¡Mi asistente! Me permití interrumpir su fluido discurso con un: «¿De veras?», esperando ver su cara de desconcierto. «Hey, doctor, ¿cómo va eso?», me dijo sin perder la compostura ni un instante

Un segundo después, ya estaba hablando de otra cosa. Después, comprobé su solicitud; era evidente que se había inventado los datos que allí figuraban (según aquello, había estudiado en varias universidades). En su favor hay que decir que no intentó apuntarse a una de mis clases…

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…predicción de la conducta. Como veremos, la situación es ahora bastante diferente y cualquier comité de concesión de la libertad condicional que no tenga en cuenta la posible psicopatía de los reclusos (y la tendencia a la reincidencia) corre el riesgo de cometer errores desastrosos

ELSA Y DAN
Le conoció en una lavandería de Londres. Ella pasaba un año sabático, descansando de su trabajo como profesora en Estados Unidos

Acababa de pasar por un traumático y agotador proceso de divorcio

Le había visto antes por el vecindario y cuando finalmente empezaron a hablar sintió como si ya le conociese. Era abierto y amigable y se cayeron bien desde el principio. Era muy gracioso

Ella se sentía sola. El tiempo se presentaba horrible (caía aguanieve). Ya había visto todas las películas y todas las obras de teatro de la ciudad y no conocía ni a un alma en ese lado del Atlántico

«Ah, la soledad del viajero —dijo Dan compasivamente mientras cenaban juntos—. Es lo peor.»

Al acabar el postre, Dan se dio cuenta de que se había dejado la cartera en casa y tuvo un gesto de vergüenza. Elsa estaba encantada de poder invitarle. Después fueron al cine. En el pub, después de unas copas, él le dijo que era traductor para las Naciones Unidas

Viajaba por todo el mundo. En ese momento, estaba esperando que le enviasen a alguna parte

Se vieron cuatro veces esa semana, cinco a la siguiente. Dan vivía en un piso en Hampstead, según dijo; sin embargo, no esperó mucho tiempo para trasladarse a casa de Elsa. Elsa se sorprendió a sí misma porque le encantaba la idea de que Dan fuese a vivir con ella

Ella no era tan lanzada. No sabía cómo había sucedido, pero después de tanta soledad, estaba pasando la mejor época de su vida

Aun así, había detalles extraños, cosas de las que no hablaban y que habitaban en la cabeza de Elsa. Él nunca la invitó a su casa; nunca conoció a sus amigos. Una noche trajo una caja llena de magnetófonos…

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LAS GEMELAS

…El día en que las gemelas cumplieron treinta años, Helen y Steve repasaron el pasado de sus hijas con sentimientos encontrados. Cada uno de los logros de Ariel tenía su contrapartida en una conducta desagradable de Alice, impredecible, frecuentemente destructiva y a veces dispendiosa

Las niñas eran gemelas dicigóticas, pero tenían un parecido impresionante; sin embargo, sus personalidades eran tan diferentes como la noche y el día, quizá la metáfora más apropiada en este caso es que eran como el cielo y el infierno

Después de tres décadas este contraste de caracteres había crecido. Ariel había llamado la semana anterior para compartir grandes noticias —los socios de su compañía le habían dicho que si seguía así, en cuatro o cinco años la incorporarían a la directiva—. La llamada de Alice, o más bien la de su orientador psicológico, no era tan alegre

Alice y otra residente de su centro de reinserción habían abandonado la casa en medio de la noche y no las habían vuelto a ver. Ya habían pasado dos días. La última vez que esto ocurrió, Alice apareció en Alaska, hambrienta y sin un centavo. Por aquel entonces, sus padres ya habían perdido la cuenta de las veces que le habían mandado dinero y arreglado todo para su vuelta

No es que Ariel no hubiese dado problemas en su infancia y adolescencia, pero habían sido más o menos los normales. Cuando no se salía con la suya estaba de mal humor, hosca y sombría

Y fue peor durante su adolescencia. En la escuela secundaria había fumado cigarrillos y marihuana; después, abandonó la universidad en su segundo año porque pensaba que no valía para estudiar

En realidad, no encontraba su camino. Durante aquel año que pasó trabajando, sin embargo, decidió ingresar en la escuela de derecho y desde aquel momento ya nada la detuvo

Se concentró en lo que hacía, estaba fascinada por ello y demostró ser muy ambiciosa. Se licenció con notas excelentes, se especializó y encontró el trabajo que quería en la primera entrevista

La infancia de Alice fue diferente. Siempre hubo algo un poco «fuera de sitio». Ambas chicas eran unas bellezas, pero Helen, su…

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…madre, estaba sorprendida de ver que incluso a la edad de tres o cuatro años Alice sabía cómo usar su encanto de niña pequeña para conseguir sus fines. Helen tenía incluso la sensación de que Alice sabía coquetear —se feminizaba cuando había hombres cerca—, aunque esas ideas sobre su hija le hacían sentir terriblemente culpable

Helen se sintió todavía peor cuando encontraron muerto a un gatito que les habían regalado. Había sido estrangulado en el jardín. Ariel estaba claramente triste; las lágrimas de Alice parecían un poco forzadas. Por mucho que intentó quitárselo de la cabeza, Helen no pudo evitar pensar que Alice había tenido algo que ver con la muerte del animal

Las hermanas se peleaban como cualquier otro par de niños, pero, de nuevo, algo «estaba fuera de sitio» en la manera en que las gemelas acometían sus discusiones. Ariel estaba siempre a la defensiva; Alice era siempre la agresora y parecía experimentar cierto placer arruinando las cosas de su hermana. Fue un descanso para todos que Alice se marchase de casa a la edad de diecisiete años —al menos

Ariel podría vivir en paz—. Pronto se hizo evidente, sin embargo, que Alice, al independizarse, había descubierto el mundo y las drogas

Ahora no solo era impredecible, impulsiva y capaz de las más terribles pataletas para conseguir sus objetivos, sino que se había convertido en una adicta y hacía cualquier cosa para mantener su hábito, incluido el robo y la prostitución. Los tratamientos —10.000 dólares por tres semanas en una costosa clínica de New Hampshire— y las fianzas se convirtieron en una continua sangría para Helen y Steve

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«Me alegro de que alguien en esta familia vaya a ser solvente», dijo Steve cuando oyó las nuevas de Ariel. Se preguntaba cuánto tiempo podría seguir apoyando económicamente a su hija. De hecho, había estado reconsiderando seriamente si debía sacarla siempre de la cárcel o no. Después de todo, ¿no era ella (y no Helen o él) la responsable de sus actos?

Helen era categórica al respecto: ninguna de sus hijas iba a pasar ni una noche en la cárcel (Alice ya había pasado bastantes, pero Helen prefería obviarlo) mientras ella estuviese viva y tuviese dinero para pagar la fianza. Se convirtió en una cuestión de responsabilidad:

Helen creía que ella y Steve habían fallado en algo en la educación de Alice, aunque en treinta años de autoanálisis no pudo identificar cuál había sido el error. Quizá era algo subconsciente; quizá no se había alegrado lo suficiente cuando el médico le dijo que iba a tener gemelos

Podía ser que hubiese despreciado a Alice sin darse cuenta, pues era más fuerte que Ariel al nacer. Puede que, de alguna manera, ella y Steve hubiesen generado el síndrome de Jekyll y Hyde al insistir en que las chicas no vistiesen de la misma manera y fuesen a escuelas de baile y campamentos diferentes

Quizá esto, quizá lo otro... pero Helen dudaba. ¿No cometen errores todos los padres? ¿Acaso no todos los padres muestran, sin darse cuenta, preferencias hacia un hijo, aunque solo sea temporalmente? ¿Acaso no todos los padres se implican (y disfrutan) en el devenir de la vida de sus hijos? Sí, desde luego, pero no todos los padres se tienen que enfrentar con una Alice. Durante toda la infancia de las niñas, Helen intentó descubrir por qué su Alice se comportaba de esa manera. Había observado con atención a otras familias y se había dado cuenta de que había padres bastante poco atentos con sus hijos y sin embargo éstos eran estables y equilibrados. Desde luego, sabía que los padres abiertamente abusivos daban lugar a hijos trastornados, pero Helen estaba segura de que ellos no pertenecían a esa categoría

Así que el trigésimo cumpleaños de sus hijas trajo a Helen y a Steve una curiosa mezcla de sentimientos: daban gracias a Dios por que sus hijas estaban físicamente sanas, estaban felices de que Ariel hubiese encontrado seguridad y plenitud en el trabajo y, por otro lado, sentían esa ansiedad ya familiar por los asuntos y el bienestar de Alice

Pero quizá el sentimiento más marcado que tuvieron aquella noche, al brindar por sus hijas ausentes, era que, después de tanto tiempo, nada había cambiado. ¡Por Dios! Estábamos en el siglo xx y se suponía que la ciencia debía saber cómo manejar estos asuntos. Existían píldoras para superar la depresión, tratamientos para controlar las fobias, pero ninguno de los médicos, psiquiatras, psicólogos, consejeros y trabajadores sociales que habían visto a Alice durante aquellos años pudo aportar una explicación o un anen la piel del…

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ALFONSO JAVIER MONARREZ RIOS dijo...

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…antídoto a su problema. Nadie sabía a ciencia cierta si estaba mentalmente enferma. Después de treinta años, Helen y Steve se miraban a los ojos y se preguntaban tristemente: «¿Está loca? ¿O simplemente es mala?»

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