viernes, 25 de agosto de 2023

DESIGUALDADES SOLITARIAS

 

EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS

DESIGUALDADES SOLITARIAS

QUÉ HACER CUANDO LA INJUSTICIA SOCIAL

SE SUFRE COMO UN PROBLEMA INDIVIDUAL

1 Libro Autor Francois Dubet

Editorial SIGLO XXI

PRIMERA EDICIÓN

 

LIBRO POR ENCARGO

Hasta la década de 1980, las desigualdades se pensaban y se sufrían como desigualdades de clase. Los partidos de izquierda y los sindicatos conducían las luchas obreras buscando acortar la distancia entre las posiciones sociales, en pos de un ideal compartido de justicia. Con el declive del mundo industrial, el régimen de las desigualdades mutó irreversiblemente. No es que no sigan existiendo las fábricas, los conflictos laborales, la explotación y las brechas entre los muy ricos y los muy pobres. Pero las clases sociales pierden consistencia y ya no definen las identidades

Estamos ingresando en un nuevo régimen que todavía no ha encontrado una forma política que lo exprese ni una teoría que lo explique. En este libro: EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS qué hacer cuando la injusticia social se sufre como un problema individual; inspirado y fundamental, François Dubet apuesta a describir, más que el mundo que está muriendo, el mundo incierto que se avecina. Para eso, no pone el foco en el abismo entre el 1% y todo el resto, sino en las desigualdades moderadas que atraviesan la vida cotidiana cuando nos comparamos con quienes tenemos más cerca. En esa situación, cada uno se siente herido y desigual en calidad de algo: porque es inmigrante, joven, precarizado, excluido, beneficiario o no de asistencia social, mujer, viejo, titular o no de un título educativo útil; por el lugar donde vive, el acceso a seguridad o cobertura de salud, el nivel de ingresos y consumo, la pertenencia a una minoría sexual o disidencia. Hoy, las desigualdades se sufren como discriminaciones individuales y se tramitan con culpa, con resentimiento, con esfuerzos por estar a la altura, con antidepresivos. Todos creemos ser víctimas de un trato injusto, todos estamos más expuestos, más frágiles, más agobiados

Y a la vez, en un mundo que tanto a derecha como a izquierda ha adoptado acríticamente el ideal de la igualdad de oportunidades meritocrática, nos sentimos responsables de nuestro propio fracaso

¿Cómo transformar las cóleras e indignaciones solitarias, dispersas, en movimientos políticos y sociales?

¿Cómo generar un sentido de cohesión y solidaridad colectiva?

¿Cómo pasar del yo al nosotros?

En la mejor tradición sociológica, esta obra: EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS qué hacer cuando la injusticia social se sufre como un problema individual; es un aporte magistral para superar la melancolía y pensar sobre qué bases reconstruir una oferta política y un marco para la vida en común

ÍNDICE:

Introducción

1.

DESIGUALDADES MEDIDAS,

PERCIBIDAS Y JUZGADAS

= Las desigualdades se entrecruzan y se transforman en el planeta  = Diferencias de percepción entre los países = Diferencias de percepción entre los individuos

2.

DE LAS CASTAS A LAS CLASES

=  El régimen de castas = El régimen de desigualdades de clase = Igualdad de posiciones y sociedad

3.

OCASO DEL RÉGIMEN DE CLASES SOCIALES

= Las mutaciones del capitalismo = La medianización fraccionada = Problemas en la representación = Crítica de la igualdad de las posiciones = Clases por desigualdades

4.

EL RÉGIMEN DE DESIGUALDADES MÚLTIPLES

= Desigual “en calidad de” = Las paradojas de la movilidad social = La producción de las desigualdades = La igualdad de oportunidades meritocracia

5.

LA PRUEBA DE LAS DESIGUALDADES

= Lo que valgo = Ser y no ser víctima = Singular y despreciado = Ser justo

6.

DISCRIMINACIONES, IGUALDAD, RECONOCIMIENTO

= Cuestiones de vocabulario = Entre igualdad y reconocimiento = ¿Discriminación positiva a la francesa? =  El reconocimiento y lo común =  Retornos de lo reprimido

7.

DESCONFIANZAS, INDIGNACIONES Y POPULISMOS

= La desconfianza = Iras y representaciones = Populismos

= Chalecos amarillos

8.

FRATERNIDAD Y COHESIÓN SOCIAL

= Crítica de la igualdad de oportunidades meritocracia = Justicia y fraternidad = De la integración a la cohesión = Producir sujetos sociales = Multiplicar la democracia = Conclusión = Bibliografía

FICHA TÉCNICA:

1 Libro

256 Páginas

En formato de 15.5 por 23 por 1.3 cm

Pasta delgada en color plastificada

Primera edición 2023

ISBN 9789878012704

Autor Francois Dubet

Editorial SIGLO XXI

 

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14 comentarios:

ALFONSO JAVIER MONARREZ RIOS dijo...

Libro MERITOCRACIA

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EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS

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Francois Dubet:

Sociólogo francés nacido en 1946. Heredero de la sociología de Alain Touraine, es uno de los principales referentes en el campo de la sociología de la educación. Sus investigaciones se centran en la marginalidad juvenil, las desigualdades sociales, la inmigración y el carácter inclusivo o excluyente de las instituciones escolares


EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS

QUÉ HACER CUANDO LA INJUSTICIA SOCIAL SE SUFRE COMO UN PROBLEMA INDIVIDUAL

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LAS OBRAS ESCRITAS POR EL AUTOR FRANCOIS DUBET:

REPENSAR LA JUSTICIA SOCIAL
LO QUE NOS UNE
¿PARA QUE SIRVE REALMENTE UN SOCIOLOGO?
LA ÉPOCA DE LAS PASIONES TRISTES
¿POR QUÉ PREFERIMOS LA DESIGUALDAD?
EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS

LAS OBRAS ESCRITAS POR EL AUTOR FRANCOIS DUBET

ALFONSO JAVIER MONARREZ RIOS dijo...

Libro EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS

QUÉ HACER CUANDO LA INJUSTICIA SOCIAL SE SUFRE COMO UN PROBLEMA INDIVIDUAL

Con la idea de favorecer el acercamiento al lector y que se manifieste en su adquisición; es que aquí desarrollamos parte de la introducción, para que el publico lector se interese por este gran trabajo de FRANCOIS DUBET

Introducción

INJUSTICIAS Y SOLIDARIDAD

Por lo general, las desigualdades nos interesan porque nos oponemos a ellas; en todo caso, nuestra hostilidad se dirige a las que nos parecen escandalosamente injustas. Nos indignan las desigualdades “obscenas”, nos indigna que la riqueza de sesenta individuos equivalga al patrimonio de la mitad más pobre de la humanidad, pero somos más discretos respecto de las desigualdades que nos benefician y que parecen justificarse por nuestro simple mérito, o bien respecto de las desigualdades que no serían tan grandes.

Entonces, se produce una brecha entre las indignaciones y la acción, sobre todo cuando pensamos que la culpa de la desdicha de los hombres incumbe solo a quienes son más favorecidos que nosotros, a los prósperos, a los poderosos, o a un “sistema” imperturbable y ciego.

Por ese motivo, no cabe duda de que la reducción de las desigualdades entre los hiperricos y los demás es económicamente prioritaria y, a la vez, políticamente dudosa. La búsqueda de la igualdad o de las desigualdades aceptables siempre requiere algunos sacrificios, a los más privilegiados, por supuesto, pero no solo a ellos. Implica pagar más impuestos, implica dejar de denunciar las desigualdades educativas y, al mismo tiempo, elegir para los hijos de uno las orientaciones más selectivas; obliga a adoptar un modo de vida más ascético, invita a aceptar vivir con otros más allá de los eslóganes habituales de “vivir juntos” y de la mezcla social

Expresémoslo sucintamente: la lucha por la igualdad requiere algo así como una fraternidad; para ser más iguales y no solo por derecho, hay que ser un poco fraternales, un poco solidarios, si lo que deseamos es deshacernos de las connotaciones religiosas de un principio de fraternidad que a pesar de haber sido inscripto en el frontispicio de la República laica, durante largo tiempo, excluyó a las mujeres y a los colonizados...

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...Para aceptar sacrificios más o menos grandes en favor de personas que no conocemos y que nunca conoceremos, nuestras indignaciones y nuestros principios de justicia deben apoyarse sobre sólidos sentimientos de solidaridad.

Los sacrificios consentidos deben basarse sobre argumentos morales, y además sobre intereses bien entendidos, porque es evidente que las sociedades menos desiguales también son las más felices, las más pacíficas y las más abiertas, también porque es claro que las desigualdades excesivas tornan la vida social más tensa, más agresiva, menos feliz y menos ecológica

En cuanto a la fábula según la cual las grandes desigualdades serían, en última instancia, favorables al dinamismo económico y al derrame de la riqueza, hay que ser muy rico para creerla. Frente a los riesgos que pesan sobre la supervivencia del planeta y de todos nosotros, la
cuestión de las capacidades de acción colectiva de cada sociedad y, en especial, de la “sociedad mundial” se sostiene por la solidaridad, dado que el crecimiento indefinido ya no permitirá vivir mejor sin sacrificar cosa alguna.

Por supuesto, todos estamos de acuerdo en denunciar las desigualdades que contraponen al 1 o el 0,1% más rico con el resto de la población, la concentración de la riqueza y la renta de algunos
individuos que se separan del resto de la sociedad. Pero la oposición del conjunto del pueblo y de los hiperricos nada dice sobre las desigualdades que surcan la vida social común.

La guerra contra las grandes desigualdades supone, ante todo, que seamos capaces de luchar contra las “pequeñas” desigualdades que fragmentan el mundo del 99 o el 95% de los individuos que día a día viven con esas desigualdades, las que los separan y enfrentan en su vida cotidiana: las desigualdades de ingresos y de rentas, por supuesto, pero también las desigualdades urbanas y territoriales, las desigualdades en materia de educación, las desigualdades de seguridad, las desigualdades debidas a las discriminaciones

Esas desigualdades desgarran a un pueblo que muchos querrían que fuera suficientemente unido y solidario para formar un bloque frente a las élites que se atiborran.

Las “pequeñas” desigualdades debilitan tanto la solidaridad que los más desfavorecidos ya no votan (o votan a la extrema derecha), la cólera popular ya no tiene perspectiva política, los más pobres y los inmigrantes pasan a ser enemigos, los repliegues nacionalistas son más poderosos que los llamados a la fraternidad cuando, al mismo tiempo, el mundo es una “aldea”. No solo parecen menguar los elec­tores...

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...de izquierda, sino que también movilizan a los más urbanos, a los más abiertos al mundo y a los vencedores de la meritocracia escolar, mientras que los perdedores se sienten despreciados y olvidados. Es desagradable comprobarlo, pero así son las cosas en Francia y en muchos otros países que se le equiparan.

Podríamos vernos tentados de explicar esta situación, que no es solo francesa, por las “traiciones” de las izquierdas, por su abdicación frente a la globalización liberal.

Esta forma de razonar siempre tiene la ventaja de ofrecer pruebas de cargo y de salvaguardar
su pureza, pero resulta del todo insuficiente porque se llama a silencio sobre una mutación social básica: la transformación del régimen de desigualdades sociales. Si en las sociedades industriales y nacionales las desigualdades sociales eran percibidas, ante todo, como desigualdades de clase, hoy en día vivimos en un régimen de desigualdades múltiples en el cual las desigualdades “estallan” y se individualizan más aún porque aumentan o se reducen según
la manera en que se las mida. La experiencia subjetiva de las desigualdades propias de un sistema de clases, que a veces lleva a olvidar muchas otras desigualdades, actualmente está recubierta por una sumatoria de experiencias singulares e individualizadas en las cuales cada uno se siente desigual “en calidad de”: en calidad de trabajador, precarizado o estable, joven o viejo, hombre o mujer, titular de un diploma universitario útil o sin él; en función del lugar donde uno viva, de su pertenencia a una minoría discriminada

La lista es infinita. Mientras la izquierda política y sindical federaba y representaba más o menos bien las desigualdades de clases relativamente homogéneas, ahora no logra representar esas desigualdades singulares vividas con dolor, sobre todo porque muchos individuos se sienten
responsables, en silencio, de las que los hieren y suelen pensar que los otros “merecerían” las desigualdades que ellos sufren.

Así como la izquierda ha dado una forma política a las desigualdades de clase, ¿puede construir una oferta política y cultural que corresponda a esas desigualdades múltiples?

¿Puede transformar sufrimientos, indignaciones, iras en movimientos políticos y sociales? Más allá de la mera denuncia de las desigualdades, ¿puede construir otros mecanismos y otros imaginarios de la solidaridad? De más está decir que no pretendo ser capaz de responder todas estas preguntas; solo espero que una mejor definición del problema pueda ser de utilidad...

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...de las clases a los individuos

Este libro no versa sobre las grandes desigualdades, las que concentran en unas pocas manos la mitad de la riqueza y que, si creemos a Walter Scheidel, solo podrían reducirse mediante las guerras de movilización de masas, las revoluciones totales, el colapso de los Estados y las pandemias.1

Todos desiguales, todos singulares trata sobre las desigualdades relativamente moderadas, las “pequeñas desigualdades” con las que nos confrontamos directamente, para defenderlas o para combatirlas, las desigualdades con las que lidiamos en nuestra vida cotidiana.

Esas desigualdades no son una cuestión social particular porque conciernen a la totalidad de la vida social: las relaciones humanas, los movimientos sociales, la vida política y, sobre todo,
nuestras capacidades colectivas de responder a las pruebas que debemos afrontar.

La lucha contra las grandes desigualdades es más que necesaria, pero nunca dice con precisión cuáles deberían ser las políticas educativas, las políticas sanitarias, las políticas urbanas, las condiciones de trabajo, la lucha contra las discriminaciones, el lugar de las minorías y la índole de las instituciones

Todas esas políticas que reducen, validan o engendran desigualdades.

Los regímenes de desigualdades no se definen por la mera amplitud de las desigualdades.

Son, a la vez, sistemas de relaciones sociales, identidades colectivas y experiencias sociales de las maneras de representar la vida social, concepciones de la justicia social y formas de acción colectiva. Esta noción tiene un requisito previo: mantener juntas las desigualdades objetivas y las experiencias subjetivas de los actores. Asocia la magnitud de las desigualdades con la forma en que son percibidas, vividas y criticadas.

En efecto, no vemos todas las desigualdades (son tan ciertas que se vuelven obvias) y tampoco criticamos todas las desigualdades. Las desigualdades sociales han conocido una transformación profunda en los últimos cincuenta años, en el planeta entero y en cada sociedad, pero la percepción de las desigualdades nunca ha sido exactamente la misma ni siquiera en países que son relativamente cercanos.

Todo depende de las concep 1 ­W. Scheidel, Une histoire des inégalités, Arlés, Actes Sud, 2021 [ed. cast.: El gran nivelador. Violencia e historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI, Barcelona, Planeta, 2018]...


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...ciones de justicia social dominantes en cada sociedad.

Por ejemplo, los países liberales –en apariencia menos igualitarios que los países de tradición socialdemócrata– “toleran” más las desigualdades sociales porque allí se tiende a creer que las desigualdades se basan sobre el mérito de las personas y la movilidad social.

Del mismo modo, la percepción que los individuos tienen de las desigualdades nunca es la mera consecuencia mecánica de su posición social; cada cual ve las desigualdades a través de una “economía moral”, principios de justicia y representaciones de la sociedad que no son expresiones de (y solo de) sus intereses.

Dado que las conductas de los individuos no se deben únicamente al estado objetivo de las desigualdades sociales, conviene hablar de regímenes de desigualdades, de los significados que las desigualdades pueden tener para los individuos y para las sociedades.

Uno de los relatos canónicos de la Modernidad ha sido el del paso del régimen de castas y órdenes al de las clases sociales. Relato somero pero cómodo, en la medida en que cada régimen se define por contraste con el otro. Los regímenes de castas, sumamente variados, se caracterizan, a grandes rasgos, por el hecho de que los grupos desiguales están compuestos por individuos que se consideran “naturalmente” desiguales.

Los amos y los esclavos, los nobles y los plebeyos no tienen la misma “naturaleza” y, a menudo, tampoco son iguales desde el punto de vista teológico-­político que organiza el orden social.
Estos regímenes han sido abolidos en el mundo entero por las revoluciones democráticas que afirman la igualdad fundamental de los individuos en sociedades que siguen siendo desiguales en el plano social. Esto no significa que hayan desaparecido por completo: todavía muchas desigualdades se deben a esos regímenes. ¿Se trata de supervivencias o de revivals? Hoy en día, muchos movimientos feministas y de coloniales plantean una cuestión que creíamos resuelta desde hace largo tiempo.

El régimen de desigualdades de clases nació del encuentro de las revoluciones democráticas con la revolución industrial.

La distribución del capital y la organización del trabajo gradualmente estructuran la formación de las clases sociales. Las desigualdades sociales se inscriben en un sistema de clases y la clase social pasa a ser un concepto “total”.

Las clases no solo engloban las capas y los estratos sociales, sino que definen un conflicto social, identidades colectivas
y un modo de representación política.

Poco a poco, los partidos...

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...políticos y los movimientos sociales se definen en términos de clases sociales, intereses de clases y proyectos de clases. Entonces, las demás desigualdades, las de las mujeres y las minorías, son percibidas como relativamente “secundarias”.

Ese régimen de desigualdades, en el cual vivimos hasta los años ochenta del siglo pasado, se había vuelto una suerte de equivalente general de la sociedad misma.

Las clases sociales parecían determinar las conductas de los actores, la crítica de las desigualdades tomaba como base las clases sociales y el horizonte de justicia que más se compartía apuntaba a la reducción de las desigualdades entre las clases sociales gracias a la
redistribución y al Estado de bienestar.

La influencia del régimen de desigualdades de clase estaba atada a una concepción de la solidaridad basada sobre el trabajo en sociedades de las que se daba por sentado que también eran sociedades nacionales percibidas como culturalmente homogéneas y “fraternas”, a pesar y más allá de las luchas de clases. La sociología clásica, que pensaba la sociedad como un “personaje” y como un sistema, podía ser considerada la ciencia y la filosofía social de la sociedad de clases.

Mientras se acentúan numerosas desigualdades, vamos saliendo del régimen de desigualdades de clase. Las mutaciones del capitalismo han trastocado las relaciones de clases industriales; las economías nacionales que encastraban o insertaban en sí las clases sociales en los Estados-­nación ya no son soberanas y se abren a la competencia de los capitales y los proletariados.

La creación de una amplia clase media con la cual se identifica la mayoría de los individuos no es un mundo homogéneo, sino una multitud de estratos de fronteras inciertas y cambiantes. Si bien seguimos hablando de clases sociales, el concepto se ha vuelto muy “laxo” con las clases populares, las clases privilegiadas, las mil fracciones de las clases medias, los incluidos,
los excluidos, los cosmopolitas, los arraigados

Solo se trataría de la historia de los conceptos sociológicos y las categorías estadísticas
si, durante el mismo período, la representación de la sociedad por sí misma en términos de clases sociales no hubiera cambiado por completo.

Los electorados “de clases” flotan y pendulan en la mayoría de los viejos países industriales y, hace mucho tiempo que la mera posición de clase de los individuos no alcanza para predecir
sus comportamientos y sus opiniones. El largo ocaso de la sociedad salarial dejó jaqueada la concepción de la solidaridad y de la justicia social en las sociedades industriales y nacionales.

El mundo social...


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...de una izquierda apoyada en el movimiento obrero y las economías nacionales ya no existe.

La sociología misma no deja de describir la sucesión de crisis sociales, culturales o institucionales, y la sociología clásica, la de las sociedades industriales, nacionales, integrales y desgarradas por un conflicto de clases, parece haber salido de escena: ahora todo es social, especialmente el individuo, el sexo y la naturaleza, y, a la vez, no habría más sociedad.

En el régimen de desigualdades múltiples, cada individuo se siente desigual en función de las desigualdades que lo surcan.

Las desigualdades se difractan en una multitud de dimensiones no necesariamente congruentes entre sí: los ingresos, el trabajo, la precariedad, el sexo, la edad, el origen, los lugares donde se vive, las trayectorias

Todas estas desigualdades se aglutinan en cada uno de nosotros de manera más o menos coherente y siempre singular. Salvo el caso de los muy ricos y los muy pobres, ninguna dimensión –en especial, no la de la clase social– engloba todas las desigualdades; las distribuciones
estadísticas se vuelven más importantes que los valores medios.

La individualización de las desigualdades es más fuerte porque los destinos sociales, durante mucho tiempo percibidos como fatalidades, son reemplazados por recorridos individuales vividos como inciertos, aunque sean estadísticamente previsibles. Por ejemplo, mientras la movilidad social sigue siendo muy baja cuando se la mide con la vara de algunas grandes categorías sociales, la micromovilidad es sumamente elevada; cada cual se mueve un poco y pierde la certeza de encontrar la posición que le conviene.

El temor a desclasarse se impone porque el modo de producción de las desigualdades se asocia a las trayectorias de los individuos donde se combinan y multiplican “pequeñas” desigualdades, que generan grandes desigualdades finales.

Al igual que las desigualdades educativas, en las cuales se acumulan y afianzan pequeñas desigualdades iniciales, es como si la producción de las desigualdades se trasladara a los individuos.

Esta mutación explica en gran medida por qué el modelo de la igualdad de oportunidades
meritocráticas tiende a imponerse como la concepción central de la justicia social.

Por ende, desde el punto de vista de los individuos, las discriminaciones reemplazan la explotación: como todos debemos tener las mismas oportunidades de realización personal, todos podemos ser siempre discriminados. La “vieja” izquierda quería reducir las desigualdades entre las posiciones sociales; hoy por hoy, los individuos quieren tener las mismas oportunidades de triunfar...

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...Mientras las desigualdades de clase generaban condiciones y conciencias colectivas que “protegían” la dignidad de los individuos, a condición de encerrarlos en destinos y comunidades, el régimen de desigualdades múltiples es vivido como una serie de pruebas individuales. Cada cual se pregunta lo que vale y en qué medida es responsable de las desigualdades que sufre. Y se lo pregunta sobre todo porque, en la mayoría de los casos, las pertenencias y las identidades
sociales ya no brindan protección. Al estar más expuesto, el individuo también está más desarmado y el sentimiento de ser despreciado se convierte en el rasgo común de la experiencia de las desigualdades.

Uno teme ser despreciado y, al mismo tiempo, necesita despreciar para sentirse tranquilo. Invisible, cada individuo es despreciado; demasiado visible, demasiado reducido a un estereotipo, cada individuo también es despreciado. Con la individualización de las desigualdades, cada individuo reclama un derecho a una autenticidad singular, y el mundo social no es solo injusto: también es amenazante.

En el régimen de desigualdades de clase, la búsqueda de la igualdad social podía dominar las concepciones de la justicia social. El régimen de desigualdades múltiples está tensionado entre la aspiración a la igualdad de oportunidades y la necesidad de reconocimiento.

Al sentirse siempre más o menos potencialmente discriminados, los individuos reclaman un acceso a la igualdad a la que tienen derecho y se oponen a la discriminación.

Pero, a la par, como la discriminación y la injusticia provienen de una estigmatización activa o latente, los mismos individuos exigen ser reconocidos. Quieren, legítimamente, que su identidad tenga tanta dignidad como la de los demás.

El pedido de reconocimiento no es solo un asunto de tolerancia, ya que pone en tela de juicio las identidades mayoritarias que, a su vez, amenazan con ser tan singulares y peculiares como las identidades que reconocen. Nuestros debates intelectuales y políticos están invadidos por esta cuestión que provoca muy graves retornos de lo reprimido en quienes se sienten “despreciados” como los otros, pero temen perder sus últimos privilegios: ser hombres blancos y franceses desde “siempre”. En todo caso, entendemos por qué los debates sobre las desigualdades se transforman obstinadamente en disputas en torno a las identidades.

Hoy en día, asistimos a la larga desintegración de la representación política del régimen de desigualdades de clase sin que el nuevo régimen de desigualdades pueda elaborar su propia gramática política. Solíamos pensar que el movimiento obrero era el movimiento ...


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...social que congregaba casi todas las luchas, pero ahora vemos una multiplicación de las luchas y las indignaciones. Evidentemente, este estallido se ve acentuado por la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación, también por la desaparición de los filtros y las organizaciones que canalizan la acción colectiva.

Cada uno vive en su burbuja informativa, puede acceder a la información y a la palabra pública, y sentir que es todo un movimiento social por sí solo. Los partidos son “bancos de cólera”,2 las indignaciones explotan y tienen dificultad para transformarse en programas de acción,
en aceptar el mundo tal como es. Es evidente que lo que llamamos populismos son un intento de respuesta a la individualización de las desigualdades y las cóleras, enfrentando al pueblo (soberano, nacional y trabajador) con las élites, es decir, con todo lo que no es el pueblo.

Pero hay mucha distancia entre la nebulosa populista y la acción política, en la medida en que el pueblo y las élites no se unen más que en la indignación y en la nostalgia del mundo perdido, el de la nación y las clases desaparecidas. La suma de esas iras, el rechazo de las mediaciones y de las élites han dominado el movimiento de los chalecos amarillos, pero sin dar una forma política al régimen de desigualdades múltiples. Es muy posible que este tipo de movimiento no se apague tan pronto y renazca con otros pretextos, como sucedió con el rechazo a las vacunas durante la pandemia de covid-19.

¿QUÉ SOLIDARIDAD?

El régimen de desigualdades de clase va acompañado por una concepción de la fraternidad o de la solidaridad que se basa en dos pilares.

Por un lado, la división del trabajo entre las clases sociales postulaba, más allá del conflicto, una interdependencia general de los trabajadores que sostenía la solidaridad; por ende, era justo devolver a los trabajadores lo que habían dado a la colectividad; era justo que el impuesto fuera muy progresivo, que los servicios públicos estuvieran disponibles para todos y que los trabajadores también...

2 “Bancos de cólera” o “de ira” es expresión de Peter Sloterdijk que Dubet
suele retomar en sus trabajos recientes. [N. de E.]


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...aportaran para otros trabajadores. Pudimos redescubrir esa solidaridad orgánica, como habría dicho Durkheim, durante el confinamiento, cuando los “últimos de la fila”, los recolectores de basura, los camioneros y las cajeras resultaron ser más útiles para todos que los “primeros”.

Por otro lado, la solidaridad supone que los individuos compartan el sentimiento de pertenecer a una comunidad simbólica, que tengan el sentimiento de ser algo similares más allá de sus conflictos y sus diferencias. Cuando se debilitó el peso de las fraternidades religiosas, la nación cumplió esa función imaginaria y las sociedades de clases, modernas y democráticas, fueron también sociedades nacionales. Con el régimen de desigualdades múltiples, los fundamentos de la solidaridad se debilitaron o solo surgen a veces de manera electiva: solidaridad con aquellas y aquellos que son como yo, pero menos con los otros, vale decir, los migrantes,
los pobres que reciben “asistencia”, los que son demasiado diferentes. La igualdad de oportunidades meritocrática reemplaza imperceptiblemente el proyecto “socialista” de reducir las desigualdades sociales: como todos deberían alcanzar todas las posiciones sociales en función de su mérito, todos son competidores de todos y poco importan las desigualdades que derivan de una competencia meritocrática en la medida en que sea equitativa.

La vida de las ideas también recibe la influencia del fraccionamiento de las desigualdades múltiples. Por supuesto, una gran parte tiende hacia la derecha: regresan así la nación, las raíces, la autoridad, que parecen imponerse como la forma de solidaridad exclusiva a expensas de los extranjeros, los inmigrantes, los que reciben asistencia, el “comunitarismo”. Nada demasiado nuevo en la materia, salvo que es difícil escapar de esa musiquita cuyos primeros violines vienen de la izquierda y de la extrema izquierda.

Pero el otro bando está totalmente fracturado por disputas inagotables: ¿hay que oponer las desigualdades sociales a las discriminaciones, las clases a las razas, las clases entre ellas, hay que oponer los sexos a las sexualidades, el universalismo a las identidades; el laicismo debe ser abierto o cerrado? ¿Se debe favorecer la igualdad de oportunidades para quienes la merecen en nombre del elitismo republicano, o bien hay que dar prioridad a los vencidos de la meritocracia?

¿Hay que cerrar las fronteras o elegir Europa? ¿Defender el planeta merece sacrificar la industria?

¿La democracia debe seguir siendo representativa o el pueblo puede vivir sin representantes? La lista...

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QUÉ HACER CUANDO LA INJUSTICIA SOCIAL SE SUFRE COMO UN PROBLEMA INDIVIDUAL


...de las disputas –a veces, odios– es inagotable, como lo es el régimen de desigualdades múltiples en el que cada uno es testigo y militante de “su” desigualdad, con el riesgo de nunca escuchar la voz de aquellas y aquellos de quienes se habla. Hablamos más del islam que de los musulmanes; del género, más que de las mujeres; de la escuela republicana, más que de los alumnos… Por más absurdas que parezcan, estas disputas no hacen más que reflejar el desmenuzamiento y la competencia de las desigualdades, y es poco verosímil que todas esas divisiones lleguen a una convergencia de las luchas.

Los debates entre las izquierdas ya no son el equivalente de las antiguas disputas que oponían a reformistas y revolucionarios; proceden del estallido de un marco político, intelectual y moral en el cual las indignaciones compartidas no producen ningún programa común.

Podemos estar de acuerdo en cuanto a las injusticias y, al mismo tiempo, tener posiciones opuestas en cuanto a la solidaridad y la manera de vivir juntos.

Cuando las desigualdades son vividas como pruebas individuales y cuando los movimientos sociales son conglomerados de cóleras más que de reivindicaciones organizadas, ¿cómo “formar sociedad”?3

¿Cómo establecer una cohesión social cuando la conexión entre economías nacionales, Estados soberanos, imaginarios nacionales homogéneos e instituciones ya no es más que la nostalgia de la integración de los mundos perdidos? Esa es la tarea de los responsables políticos, los militantes y los ciudadanos. Pero también de los sociólogos.

Mientras afirmamos que todo es social, incluido lo que antes delegábamos a la naturaleza, la sociología se dispersa en una multitud de objetos y de teorías cuyo conjunto ya no da la imagen
de lo que comúnmente se llamaba una sociedad.

Sin embargo, la construcción de un mundo más justo exige que haya algo que se parezca a las sociedades, aun cuando estas nunca más sean la Sociedad moderna, democrática, industrial, nacional e integrada. Y la sociología debería participar en esa construcción, aceptando el hecho
de que, aun siendo una disciplina positiva y crítica, también es una
filosofía social.4 ...

3 ­Tomo esta expresión de Jacques Donzelot, con la colaboración de C. Mével y A. Wyvekens, Faire société. La politique de la ville aux États-Unis et en France, París, Seuil, 2003.

4 ­Agradezco a Marie Duru-­Bellat su relectura del manuscrito de este libro

Libro EL NUEVO RÉGIMEN DE LAS DESIGUALDADES SOLITARIAS

QUÉ HACER CUANDO LA INJUSTICIA SOCIAL SE SUFRE COMO UN PROBLEMA INDIVIDUAL