MODERNIDAD LÍQUIDA
1 Libro Autor Zygmunt Bauman
EDITOR FONDO DE CULTURA
TERCERA REIMPRESIÓN 2004
LIBRO POR ENCARGO
Bauman examina
desde la sociología cinco conceptos básicos en torno a los cuales ha girado la
narrativa de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempo/espacio,
trabajo y comunidad; conceptos que están hoy vivos y muertos al mismo tiempo
La era de la
modernidad sólida ha llegado a su fin. ¿Por qué sólida? Porque los sólidos, a
diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo: duran.
En cambio los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen.
Por eso la metáfora de la liquidez es la adecuada para aprehender la naturaleza
de la fase actual de la modernidad. La disolución de los sólidos es el rasgo
permanente de esta fase. Los sólidos que se están derritiendo en este momento,
el momento de la modernidad líquida, son los vínculos entre las elecciones
individuales y las acciones colectivas. Es el momento de la desregulación, de
la flexibilización, de la liberalización de todos los mercados. No hay pautas
estables ni predeterminadas en esta versión privatizada de la modernidad. Y
cuando lo público ya no existe como sólido, el peso de la construcción de
pautas y la responsabilidad del fracaso caen total y fatalmente sobre los
hombros del individuo. El advenimiento de la modernidad líquida ha impuesto a
la condición humana cambios radicales que exigen repensar los viejos conceptos
que solían articularla. Zygmunt Bauman examina desde la sociología cinco
conceptos básicos en torno a los cuales ha girado la narrativa de la condición
humana: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Como
zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo. La pregunta
es si su resurrección -o su reencarnación- es factible; y, si no lo es, cómo
disponer para ellos una sepultura y un funeral decentes
De la valiosa
colección: SOCIOLOGÍA
EN EL PRÓLOGO
ACERCA DE LO LEVE Y LO LÍQUIDO
La interrupción,
la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se
han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes
solo se alimentan (…) de cambios súbitos y de estímulos permanentemente
renovados (…) Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para
lograr que el aburrimiento de fruto
Entonces, todo el
tema se reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente
humana ha creado?
Lo anterior escrito por Paul
Valéry
La “fluidez” es
la cualidad de los líquidos y los gases. Según nos informa la autoridad de la
Enciclopedia Británica, lo que los distingue de los sólidos en que “en
descanso, no pueden sostener una fuerza tangencial o cortante” y, por lo tanto,
“sufren un continuo cambio de forma cuando se les somete a esa tensión”
Ese continuo e
irrecuperable cambio de posición de una parte del material con respecto a otra
parte cuando es sometida a una tensión cortante constituye un flujo, unan
propiedad característica de los fluidos. Opuestamente, las fuerzas cortantes ejercidas
sobre un sólido para doblarlo o flexionarlo se sostienen, y el sólido no fluye
y puede volver a su forma original
Los líquidos, una
variedad de fluidos, poseen estas notables cualidades, hasta el punto de que
“sus moléculas son preservadas en una disposición ordenada solamente en unos
pocos diámetros moleculares”; en tanto, “la amplia variedad de conductas
manifestadas por los sólidos es resultado directo del tipo de enlace que reúne
los átomos de los sólidos y la disposición de los átomos
“Enlace”, a su
vez, es el término que expresa la estabilidad de los sólidos –la resistencia
que ofrecen “a la separación de los átomos”
Hasta aquí lo que
dice la ENCYCLOPEDIA BRITANNICA, en una entrada
que apuesta a explicar “la fluidez” como una metáfora regente de la etapa
actual de la era moderna
En lenguaje
simple, todas estas características de los fluidos implican que los líquidos, a
diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente su forma. Los fluidos, por
así decirlo, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo. En tanto los sólidos
tienen una clara dimensión espacial pero neutralizan el impacto –y disminuyen
la significación- del tiempo (resisten efectivamente su flujo o lo vuelven
irrelevante), los fluidos no conservan una forma durante mucho tiempo y están constantemente
dispuestos (y proclives) a cambiarla, por consiguiente, para ellos lo que
cuenta es el flujo del tiempo más que el espacio que puedan ocupar: ese espacio
que, después de todo, solo llenan “por un momento”. En cierto sentido, los
sólidos cancelan el tiempo; para los líquidos, por el contrario, lo que importa
es el tiempo
En la descripción
de los sólidos, es posible ignorar completamente el tiempo; en la descripción
de los fluidos, se cometería un error grave si el tiempo se dejara de lado. Las
descripciones de un fluido son como instantáneas, que necesitan ser fechadas al
dorso
Los fluidos se
desplazan con facilidad. “Fluyen”, “se derraman”, “se desbordan”, “salpican”,
“se vierten”, “se filtran”, “gotean”, “inundan”, “rocían”, “chorrean”, “manan”,
“exudan”; a diferencia de los sólidos no es posible detenerlos fácilmente
–sortean algunos obstáculos, disuelven otros o se filtran a través de ellos,
empapándolos-. Emergen incólumes de sus encuentros con los sólidos, en tanto
que estos últimos –si es que siguen siendo sólidos tras el encuentro –sufren un
cambio: se humedecen o empapan. La extraordinaria movilidad de los fluidos es
lo que los asocia con la idea de “levedad”. Hay líquidos que en pulgadas
cúbicas son más pesados que muchos sólidos, pero de todos modos tendemos a
visualizarlos como más livianos, menos “pesados” que cualquier sólido.
Asociamos “levedad” o “liviandad” con movilidad e inconstancia: la práctica no
demuestra que cuanto menos cargados no desplacemos, tanto más rápido será
nuestro avance
Estas razones
justifican que consideramos que la “fluidez” o la “liquidez” son metáforas
adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual –en muchos sentidos nueva- de la historia de la modernidad
Acepto que esta
proposición pueda vacilar a cualquiera que esté familiarizado con el “discurso
de la modernidad” y con el vocabulario empleado habitualmente para narrar la
historia moderna. ¿Acaso la modernidad no fue desde el principio un “proceso de
licuefacción”? ¿Acaso “derretir los sólidos” no fue siempre su principal
pasatiempo y su mayor “Derretir los sólidos” significaba, primordialmente,
desprenderse de las obligaciones “irrelevantes” que se interponían en el camino
de un cálculo racional de los efectos; tal como lo expresara Max Weber, liberar
la iniciativa comercial de los grilletes de las obligaciones domésticas y de la
densa trama de los deberes éticos; o, según Thomas Carlyle, de todos los
vínculos que condicionan la reciprocidad humana y la mutua responsabilidad,
conservar tan sólo el “nexo del dinero”. A la vez, esa clase de “disolución de
los sólidos” destrababa toda la compleja trama de las relaciones sociales,
dejándola desnuda, desprotegida, desarmada y expuesta, incapaz de resistirse a
las reglas del juego y a los criterios de racionalidad inspirados y moldeados
por el comercio, y menos capaz aun de competir con ellos de manera efectiva
Esa fatal
desaparición dejó el campo libre a la invasión y al dominio de (como dijo
Webber) la racionalidad instrumental, o (como lo articuló Marx) del rol
determinante de la economía: las “bases” de la vida social infundieron a todos
los otros ámbitos de la vida el status de “superestructura” –es decir, un
artefacto de esas “bases” cuya única función era contribuir a su funcionamiento
aceitado y constante-. La disolución de los sólidos condujo a una progresiva
emancipación de la economía de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y
culturales. Sedimentó un nuevo orden, definido primeramente en términos
económicos. Ese nuevo orden debía ser más “solido” que los órdenes que
remplazaba, porque –a diferencia de ellos” era inmune a los embates de
cualquier acción que no fuera económica. Casi todos los poderes políticos o
morales capaces de trastocar o reformar ese nuevo orden habían sido destruidos
o incapacitados, por debilidad, para esa tarea. Y no porque el orden económico,
una vez establecido, hubiera colonizado, reeducado y convertido a su gusto el
resto de la vida humana, volviendo irrelevante e inefectivo todo aspecto de la
vida que no contribuyera a su incesante y continua reproducción
Esta etapa de la
carrera de la modernidad ha sido bien descripta por Claus Offe (en “The utopía
of the zero option”, publicado por primera vez en 1987 en Praxis
International): las sociedades complejas “se han vuelto tan rígidas que el mero
intento de renovar o pensar normativamente su “orden” –es decir; la naturaleza
de la coordinación de los procesos que se producen en ellas –está virtualmente
obturado en función de su futilidad práctica y, por lo tanto, de su inutilidad
esencial”. Por libres y volátiles que sean, individual o grupalmente, los
“subsistemas” de ese orden se encuentran interrelacionados de manera “rígida,
fatal y sin ninguna posibilidad de libre elección”. El orden general de las
cosas no momento, el momento de la modernidad fluida, son los vínculos entre
las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivos –las
estructuras de comunicación y coordinación entre las políticas de vida
individuales y las acciones políticas colectivas-
En una entrevista
concedida a Jonathan Rutherford el 3 de febrero de 1999, Ulrich Beck (quien
hace pocos años acuño el término “segunda modernidad” para contar la fase en
que la modernidad “volvió sobre sí misma”, la época de la soi-disant “modernización de la modernidad”) habla de “categorías
zombis” y de “instituciones zombis”, que están “muertas y todavía vivas”.
Nombra la familia, la clase y el vecindario como ejemplos ilustrativos de este
nuevo fenómeno. La familia, por ejemplo:
¿Qué es una
familia en la actualidad?
¿Qué significa?
Por supuesto, hay
niños, mis niños, nuestros niños. Pero hasta la progenitura, el núcleo de la
vida familiar, ha empezado a desintegrarse con el divorcio (…) Abuelas y
abuelos son incluidos y excluidos sin recursos para participar en las
decisiones de sus hijos e hijas. Desde el punto de vista de los nietos, el
significado de los abuelos debe determinarse por medio de decisiones y
elecciones individuales
Lo que se está
produciendo hoy es, por así decirlo, una redistribución y una reasignación de
los “poderes de disolución” de la modernidad. Al principio, esos poderes
afectaban las instituciones existentes, los marcos que circunscribían los
campos de acciones y elecciones posibles, como los patrimonios heredados, con
su asignación obligatoria, no por gusto
Las
configuraciones, las constelaciones, las estructuras de dependencia e
interacción fueron arrojadas en el interior del crisol, para ser fundidas y
después remodeladas: ésa fue la fase de “romper el molde” en la historia de la
transgresora, ilimitada, erosiva modernidad
No obstante, los
individuos podían ser excusados por no haberlo advertido: tuvieron que
enfrentarse a pautas y configuraciones que, aunque “nuevas y mejores”, seguían
siendo tan rígidas e inflexibles como antes
Por cierto, todos
los moldes que se rompieron fueron reemplazados por otros; la gente fue
liberada de sus viejas celdas solo para ser censurada y reprendida si no
lograba situarse –por medio de un esfuerzo dedicado, continuo y de por vida- en
los nichos confeccionados por el nuevo orden: en las clases, los marcos que (tan inflexiblemente como los ya disueltos estamentos:)encuadraban la totalidad de
las condiciones y perspectivas vitales, y condicionaban el alcance de los
proyectos y estrategias de vida. Los individuos debían dedicarse a la tarea de
usar su nueva libertad para encontrar el nicho apropiado y establecerse en él,
siguiendo fielmente las reglas y modalidades de conductas correctas y adecuadas
a esa ubicación
Sin embargo, esos
códigos y conductas que uno podía elegir como puntos de orientación estables, y
por los cuales era posible guiarse, escasean cada vez más en la actualidad. Eso
no implica que nuestros contemporáneos sólo están guiados por su propia
imaginación, ni que puedan decidir a voluntad cómo construir un modelo vivir,
ni que ya no dependan de la sociedad para conseguir los materiales de
construcción o planos autorizados. Pero sí implica que, en este momento,
salimos de la época de los “grupos de referencia” preasignados para
desplazarnos hacia una era de “comparación universal” en la que el destino de
la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente indefinido,
no dado de antemano, y tiende a pasar por numerosas y profundos cambios antes
de alcanzar su único final verdadero: el final de la vida del individuo
En la actualidad,
las pautas y configuraciones ya no están “determinadas”, y no resultan
“autoevidentes” de ningún modo; hay demasiadas, chocan entre sí y sus mandatos
se contradicen, de manera que cada una de esas pautas y configuraciones ha sido
despojada de su poder coercitivo o estimulante
Y, además, su
naturaleza ha cambiado, por lo cual han sido reclasificadas en consecuencia:
como ítem del inventario de tareas individuales. En vez de preceder a la
política de vida y de encuadrar su curso futuro, deben seguirla (derivar de
ella), y reformarse y remodelarse según los cambios y giros que esa política de
vida experimente. El poder de licuefacción se ha desplazado del “sistema” a la “sociedad”,
de la “política” a las “políticas de vida”…, a ha descendido del “macro nivel”
a “micro nivel” de la combinación social
Como resultado,
la nuestra es una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de la
construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen primordialmente
sobre los hombros del individuo. La licuefacción debe aplicarse ahora a las
pautas de dependencia e interacción, porque les ha tocado el turno
Estas pautas son
maleables hasta un punto jamás experimentado ni imaginado por las generaciones
anteriores, ya que, como todos los fluidos, no conservan mucho tiempo su forma.
Darles forma es más fácil que mantenerlas en forma. Los sólidos son moldeados
una sola vez. Mantener la forma de los fluidos requiere muchísima atención,
vigilancia constante y un esfuerzo perpetuo… e incluso en ese caso el éxito no
es, ni mucho menos, previsible
Sería imprudente
negar o menospreciar el profundo cambio que el advenimiento de la “modernidad
fluida” ha impuesto a la condición humana. El hecho de que la estructura sistemática
se haya vuelto remota e inalcanzable, combinado con el estado fluido y desestructurado
del encuadre de la política de vida, ha cambiado la condición humana de modo
radical y exige repensar los viejos conceptos que solían enmarcar su discurso
narrativo. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo
tiempo. La pregunta es si su resurrección –aun en una nueva forma o
encarnación- es factible; o, si no lo es, cómo disponer para ellos un funeral y
una sepultura decentes
Este libro: MODERNIDAD LÍQUIDA; está dedicado a esa pregunta. Hemos
elegido examinar cinco conceptos básicos en torno de los cuales ha girado la
narrativa ortodoxa de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempo
/ espacio, trabajo y comunidad. Se han explorado (aunque de manera muy
fragmentaria y preliminar) sucesivos avatares de sus significados y aplicaciones
prácticas, con la esperanza de salvar a los niños del diluvio de aguas
contaminadas
La modernidad
significa muchas cosas, y su advenimiento y su avance pueden evaluarse
empleando diferentes parámetros. Sin embargo, un rasgo de la vida moderna y de
sus puestas en escena sobresale particularmente, como “diferencia que hace toda
la diferencia”, como atributo crucial del que derivan todas las demás
características. Este atributo es el cambio en la relación entre espacio y
tiempo
La modernidad
empieza cuando el espacio y el tiempo se separan de la práctica vital y entre
sí, y pueden ser teorizados como categorías de estrategia y acción mutuamente
independientes, cuando dejan de ser –como solían serlo en los siglos
premodernos- aspectos entrelazados y apenas discernibles de la experiencia
viva, unidos por una relación de correspondencia estable y aparentemente
invulnerable. En la modernidad, el tiempo tiene historia, gracias a su “capacidad de contención” que se amplía permanentemente:
la prolongación de los tramos de espacio que las unidades de tiempo permiten “pasar”,
“cruzar”, “cubrir”… o conquistar. El tiempo adquiere historia cuando la
velocidad de movimiento a través del espacio (a diferencia del espacio eminentemente
inflexible, que no puede ser ampliado ni reducido) se convierte en una cuestión
de ingenio, imaginación y recursos humanos
La idea misma de
velocidad (y aún más conspicuamente, de aceleración), referida a la relación
entre tiempo y espacio, supone su variabilidad,
y sería difícil que tuviera algún sentido si esa relación no fuera cambiante,
si fuera un atributo de la realidad inhumana y prehumana en vez de estar
condicionada a la inventiva y la determinación humanas, y si no hubiera
trascendido el estrecho espectro de variaciones a las que los instrumentos
naturales de movilidad –los miembros inferiores, humanos o equinos- solían
reducir los movimientos de los cuerpos premodernos. Cuando la distancia
recorrida en una unidad de tiempo pasó a depender de la tecnología, de los
medios de transporte artificiales existentes, los límites heredados de la
velocidad de movimiento pudieron transgredirse. Sólo el cielo (o, como se
reveló más tarde, la velocidad de la luz) empezó a ser el límite, y la
modernidad fue un esfuerzo constante, imparable y acelerado por alcanzarlo
Gracias a sus recientemente
adquiridas flexibilidad y capacidad de expansión, el tiempo moderno se ha
convertido, primordialmente, en el arma para la conquista del espacio. En la lucha
moderna entre espacio y tiempo, el espacio era el aspecto sólido y estólido,
pesado e inerte, capaz de entablar solamente una guerra defensiva, de
trincheras… y ser un obstáculo para las flexibles embestidas del tiempo. El tiempo
era el bando activo y dinámico del combate, el bando siempre a la ofensiva: la
fuerza invasora, conquistadora y colonizadora. Durante la modernidad, la
velocidad de movimiento y el acceso a medios de movilidad más rápidos
ascendieron hasta llegar a ser el principal instrumento de poder y dominación
Michel Foucault
usó el diseño del panóptico de Jeremy Bentham como archimetáfora del poder
moderno. En el panóptico, los internos estaban inmovilizados e impedidos de
cualquier movimiento, confinados dentro de gruesos muros y murallas
custodiados, y atados a sus camas, celdas o bancos de trabajo. No podían
moverse porque estaban vigilados; debían permanecer en todo momento en sus
sitios asignados porque no sabían, ni tenían manera de saber, dónde se
encontraban sus vigilantes, que tenían libertad de movimiento. La facilidad y
la disponibilidad de movimiento de los guardias eran garantía de dominación; la
“inmovilidad” de los internos era muy segura, las más difícil de romper entre
todas las ataduras que condicionaban su subordinación. El dominio del tiempo
era el secreto del poder de los jefes… y tanto la inmovilización de sus subordinados
en el espacio mediante la negación del derecho a moverse como la rutinización
del ritmo temporal impuesto eran las principales estrategias del ejercicio del
poder. La pirámide de poder estaba construida sobre la base de la velocidad, el
acceso a los medios de transporte y la subsiguiente libertad de movimientos
El panóptico era
un modelo de confrontación entre los lados de la relación de poder. Las estrategias
de los jefes –salvaguardar la propia volatilidad y rutinizar el flujo de tiempo
de sus subordinados- se fusionaron. Pero existía cierta tensión entre ambas
tareas. La segunda tarea ponía límites a la primera: ataba a los objetos de esa
rutinización temporal. Los “rutinizadores” no tenían una verdadera y plena
libertad de movimientos: era imposible considerar la opción de que pudiera
haber “amos ausentes”
El panóptico
tiene además otras desventajas. Es una estrategia costosa: conquistar el
espacio y dominarlo, así como mantener a los residentes en el lugar vigilado,
implica una gran variedad de tareas administrativas engorrosas y caras. Hay que
construir y mantener edificios, contratar y pagar a vigilantes profesionales,
atender y abastecer la supervivencia y la capacidad laboral de los internos
Finalmente,
administrar significa, de una u otra manera, responsabilizarse del bienestar
general del lugar, aunque sólo sea en nombre del propio interés… y la responsabilidad
significa estar atado al lugar. Requiere presencia y confrontación, al menos
bajo la forma de presiones y roces constantes
Lo que induce a
tantos teóricos a hablar del “fin de la historia”, de posmodernidad, “segunda
modernidad” y “sobremodernidad”, o articular la intuición de un cambio radical
en la cohabitación humana y en las condiciones sociales que restringen actualmente
a las políticas de vida, es el hecho de que el largo esfuerzo por acelerar la
velocidad del movimiento ha llegado ya a su “límite natural”. El poder puede
moverse con la velocidad de la señal electrónica, así, el tiempo requerido para
el movimiento de sus ingredientes esenciales se ha reducido a la
instantaneidad. En la práctica, el poder se ha vuelto verdaderamente Extraterritorial,
y ya no está atado, ni siquiera detenido, por la resistencia del espacio (el
advenimiento de los teléfonos celulares puede funcionar como el definitivo “golpe
fatal” a la dependencia del espacio: ni siquiera es necesario acceder a una
boca telefónica para poder dar una orden y controlar sus efectos. Ya no importa dónde
pueda estar el que emite la orden –la distinción entre “cerca” y “lejos”, o
entre lo civilizado y lo salvaje, ha sido prácticamente cancelada-). Este hecho
confiere a los poseedores de poder una oportunidad sin precedentes: la de
prescindir de los aspectos más irritantes de la técnica panóptica del poder. La
etapa actual de la historia de la modernidad –sea lo que fuere por añadidura-
es, sobre todo, pospanóptica. En el panóptico lo que importaba era que supuestamente
las personas a cargo estaban siempre “allí”, cerca, en la torre de control. En las
relaciones de poder pospanópticas, lo que importa es que la gente que maneja el
poder del que depende el destino de los socios menos volátiles de la relación
puede ponerse en cualquier momento fuera de alcance… y volverse absolutamente
inaccesible
El fin del
panóptico augura el fin de la era del compromiso mutuo: entre supervisores y
supervisados, trabajo y capital, líderes y seguidores, ejércitos en guerra. La principal
técnica de poder es ahora la huida, el escurrimiento, la elisión, la capacidad
de evitar, el rechazo concreto de cualquier confinamiento territorial y de sus
engorrosos corolarios de construcción y mantenimiento de un orden, de la
responsabilidad por sus consecuencias y de la necesidad de afrontar sus costos
Esta nueva
técnica de poder ha sido ilustrada vívidamente por las estrategias empleadas
durante la Guerra del golfo y la de Yugoslavia. En la conducción de la guerra,
la reticencia a desplegar fuerzas terrestres fue notable; a pesar de lo que dijeran
las explicaciones oficiales, esa reticencia no era producto solamente del
publicitado síndrome de “protección de los cuerpos”. El combate directo en el
campo de batalla no fue evitado meramente por su posible efecto adverso sobre
la política doméstica, sino también (y tal vez principalmente) porque era
inútil por completo e incluso contraproducente para los propósitos de la guerra.
Después de todo, la conquista del territorio, con todas sus consecuencias
administrativas y gerenciales, no sólo estaba ausente de la lista de objetivos
bélicos, sino que era algo que debía evitarse por todos los medios y que era
considerado con repugnancia como otra clase de 2daño colateral” que, en esta
oportunidad, agredía a la fuerza de ataque
Los bombardeos
realizados por medio de casi invisibles aviones de combate y misiles “inteligentes”
–lanzados por sorpresa, salidos de la nada y capaces de desaparecer inmediatamente-
reemplazaron las invasiones territoriales
de las tropas de infantería y el esfuerzo por despojar al enemigo de su
territorio, apoderándose de la tierra controlada y administrada por el
adversario. Los atacantes ya no deseaban para nada ser “los últimos en el campo
de batalla” después de que el enemigo huyera o fuera exterminado. La fuerza
militar y su estrategia bélica de “golpear y huir” prefiguraron, anunciaron y
encarnaron aquello que realmente estaba en juego en el nuevo tipo de guerra de
la época de la modernidad líquida: ya no la conquista de un nuevo territorio,
sino la demolición de los muros que impedían el flujo de los nuevos poderes
globales fluidos; sacarle de la cabeza al enemigo todo deseo de establecer sus
propias reglas para abrir de ese modo un espacio –hasta entonces amurallado e
inaccesible- para la operación de otras armas (no militares) del poder. Se podría
decir (parafraseando la fórmula clásica de Clausewitz) que la guerra de hoy se
parece cada vez más a “la promoción del libre comercio mundial para otros
medios”
Recientemente, Jim
MacLaughlin nos ha recordado (en Sociology,
1/99) que el advenimiento de la era moderna significo, entre otras cosas, el
ataque consistente y sistemático de los “establecidos”, convertidos al modo de
vida sedentario, contra los pueblos y los estilos de vida nómadas, completamente
adversos a las preocupaciones territoriales y fronterizas del emergente Estado
Moderno. En el siglo XIV, Ibn Khaldoun podía cantar sus alabanzas del
nomadismo, que hace que los pueblos “se acerquen más a la bondad que los
sedentarios porque (…) están más alejados de los malos hábitos que han
infectado los corazones sedentarios”, pero la febril construcción de naciones y
estados – nación que se desencadenó poco tiempo después en toda Europa puso el “suelo”
muy por encima de la “sangre” al sentar las bases del nuevo orden legislado,
que codificaba los derechos y deberes de los ciudadanos
Los nómades, que
menospreciaban las preocupaciones territoriales de los legisladores y que
ignoraban absolutamente sus fanáticos esfuerzos por establecer fronteras,
fueron presentados como los peores villanos de la guerra santa entablada en
nombre del progreso y de la civilización. Los modernos “cronopolíticos” no sólo
los consideraron seres inferiores y primitivos, “subdesarrollados” que
necesitaban ser reformados e ilustrados, sino también retrógrados que sufrían “retraso
cultural”, que se encontraban en los peldaños más bajos de la escala evolutiva
y que eran, por añadidura, imperdonablemente necios por su reticencia a seguir “el
esquema universal de desarrollo”
Durante toda la
etapa sólida de la era moderna, los hábitos nómades fueron mal considerados. La
ciudadanía iba de la mano con el sedentarismo, y la falta de un “domicilio fijo”
o la no pertenencia a un “estado” implicaba la exclusión de la comunidad
respetuosa de la ley y protegida por ella, y con frecuencia condenaba a los
infractores a la discriminación legal, cuando no al enjuiciamiento. Aunque ese
trato todavía se aplica a la “subclase” de los sin techo, que son sometidos a
las viejas técnicas de control panóptico (técnicas que ya no se emplean para
integrar y disciplinar a la mayoría de la población), la época de la
superioridad incondicional del sedentarismo sobre el nomadismo y del dominio de
lo sedentario sobre lo nómade tiende a finalizar. Estamos asistiendo a la
venganza del nomadismo contra el principio de la territorialidad y el
sedentarismo. En la etapa fluida de la modernidad, la mayoría sedentaria es
gobernada por una elite nómade y extraterritorial. Mantener los caminos libres
para el tráfico nómade y eliminar los pocos puntos de control fronterizo que
quedan se ha convertido en el metaobjetivo de la política, y también de las
guerras que, tal como expresara Clausewitz, son solamente “la expansión de la
política por otros medios”
La elite global
contemporánea sigue el esquema de los antiguos “amos ausentes”. Puede gobernar
sin cargarse con las tareas administrativas, gerenciales o bélicas y, por
añadidura, también puede evitar la misión de 2esclarecer”, “reformar las
costumbres”, “levantar la moral”, “civilizar” y cualquier cruzada cultural. El compromiso
activo con la vida de las poblaciones subordinadas ha dejado de ser necesario
(por el contrario, se lo evita por ser costoso sin razón alguna y poco
efectivo), y por lo tanto lo “grande” no sólo ha dejado de ser “mejor”, sino
que ha perdido cualquier sentido racional. Lo pequeño, lo liviano, lo más
potable significa ahora mejora y “progreso”. Viajar liviano, en vez de
aferrarse a cosas consideradas confiables y sólidas –por su gran peso, solidez
e inflexible capacidad de resistencia-, es ahora el mayor bien y símbolo de
poder
Aferrase al suelo
no es tan importante si ese suelo puede ser alcanzado y abandono a voluntad, en
poco o en casi ningún tiempo. Por otro lado, aferrarse demasiado, cargándose de
compromisos mutuamente inquebrantables, puede resultar positivamente
perjudicial, mientras las nuevas oportunidades aparecen en cualquier otra
parte. Es comprensible que Rockefeller haya querido que sus fábricas,
ferrocarriles y pozos petroleros fueran grandes y robustos, para poseerlos
durante mucho, mucho tiempo (para toda la eternidad, si medimos el tiempo según
la duración de la vida humana o de la familia). Sin embargo, Bill Gates se separa
sin pena de posesiones que ayer lo enorgullecían: hoy, lo que da ganancias es
la desenfrenada velocidad de circulación, reciclado, envejecimiento, descarte y
remplazo –no la durabilidad ni la duradera confiabilidad del producto-. En una
notable inversión de la tradición de más de un milenio, los encumbrados y
poderosos de hoy son quienes rechazan y evitan lo durable y celebran lo
efímero, mientras los que ocupan el lugar más bajo –contra todo lo esperable-
luchan desesperadamente para lograr que sus frágiles, vulnerables y efímeras
posesiones duren más y les brindan servicios duraderos. Los encumbrados y los
menos favorecidos se encuentran hoy en lados opuestos de las grandes
liquidaciones y en las ventas de autos usados
La desintegración
de la trama social y el desmoronamiento de las agencias de acción colectiva
suelen señalarse con gran ansiedad y justificarse como “efectos colateral”
anticipado de la nueva levedad y fluidez de un poder cada vez más móvil,
escurridizo, cambiante, evasivo y fugitivo. Pero la desintegración social es
tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del poder, que emplea
como principales instrumentos el descompromiso y el arte de la huida. Para que
el poder fluya, el mundo debe de estar libre de trabas, barreras, fronteras
fortificadas y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y particularmente
una red estrecha con base territorial, implica un obstáculo que debe de ser
eliminado. Los poderes globales están abocados al desmantelamiento de esas
redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuente principal
de su fuerza y la garantía de su invencibilidad. Y el derrumbe, la fragilidad,
la vulnerabilidad, la transitoriedad y la precariedad de los vínculos y redes
humanos permiten que esos poderes puedan actuar
Si estas
tendencias mezcladas se desarrollaran sin obstáculos, hombres y mujeres serían
remodelados siguiendo la estructura del mol electrónico, esa orgullosa
invención de los primeros años de la cibernética que fue aclamada como un
presagio de los años futuros: un enchufe portátil moviéndose por todas partes,
buscando desesperadamente toma corrientes donde conectarse. Pero en la época
que auguran los teléfonos celulares, es probable que los enchufes sean
declarados obsoletos y de mal gusto, y que tengan cada vez menos calidad y poca
oferta. Ya ahora, muchos abastecedores de energía eléctrica enumeran las
ventajas de conectarse a sus redes y rivalizan por el favor de los buscadores
de enchufes. Pero a largo plazo (sea cual fuere el significado que “a largo
plazo” pueda tener en la era de la instantaneidad) lo más probable es que los
enchufes desaparezcan y sean reemplazados por baterías descartables que
venderán los kioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones de
servicio de autopistas y caminos rurales
Parece una
diotopía hecha a la medida de la modernidad líquida… adecuada ´para reemplazar
los temores consignados en las pesadillas al estilo Orwell y Huxley
Junio de 1999
FICHA TÉCNICA:
1 Libro
232 Páginas
En formato de 21
por 14 cm
Pasta delgada en
color plastificada
Tercera edición
2003
ISBN
9786071626318
Autor Zygmunt
Bauman
Editor Fondo de
Cultura económica
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
electrónico:
Celular:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
No hay comentarios:
Publicar un comentario