AQUÍ YACE LA AMARGURA
CÓMO CURAR EL
RESENTIMIENTO
QUE CORROE NUESTRAS
VIDAS
1 Libro Autor Cythhia Fleury
Editor XXI Siglo Veintiuno
Primera edición
LIBRO POR ENCARGO
Hay
aquí una decisión, una toma de partido, un axioma: ese principio intangible,
esa idea reguladora es que el hombre puede, que el sujeto puede, que el
paciente puede. No se trata de buenos deseos ni de una visión optimista del
hombre. Se trata de una elección moral e intelectual, en el sentido de que se
apuesta a que el hombre es capaz, y sobre todo se postula también el respeto
debido al paciente: él puede, es agente, el agente por excelencia. Nadie se exime
de su responsabilidad, pero nadie le niega a otro su capacidad de afrontar lo
real y salir de la negación. La vida, en su más trivial cotidianidad,
contradice esto tanto como lo afirma. Hace mucho que dejé de confiar solo en
los hechos para llevar adelante esa forma que llamamos “una vida”. La lucha
contra el resentimiento enseña la necesidad de tolerar la incertidumbre y la
injusticia. Al cabo de esa confrontación, hay un principio de aumento o
incremento de sí
ÍNDICE
I.
El
amargor
Lo
que vive el hombre del resentimiento
1.
Universal
amargura
2.
El
individuo y la sociedad frente al resentimiento
El gruñido de la rumia
3.
Definición
y manifestaciones del resentimiento
4.
Inercia
del resentimiento y resentimiento - fetiche
5.
Resentimiento
e igualitarismo
El
fin del discernimiento
6.
La
melancolía en la abundancia
7.
Lo
que Scheler le enseñaría al cuidado
8.
¿Femineidad
del resentimiento?
9.
El
falso self
10.
La
membrana
11.
La
necesaria confrontación
12.
El
sabor de la amargura
13.
Melancólica
literatura
14.
La
multitud de los mal logrados
15.
La
facultad de olvido
16.
Esperar
del mundo
17.
Lo
trágico del tíaso
18.
La
gran salud: elegir lo Abierto; elegir lo Numinoso
19.
Seguir
sorprendiéndose del mundo
20.
Felicidad
y resentimiento
21.
Defender
a los fuertes de los débiles
22.
Patologías
del resentimiento
23.
¿Humanismo
o misantropía?
24.
Luchar
contra el resentimiento por medio del análisis
25.
Devolverle
valor al tiempo
26.
En
la contratransferencia y la cura analítica
27.
En
las fuentes del resentimiento, con Montaigne
II.
Fascismo.
En las fuentes psíquicas
del
resentimiento colectivo
1.
Exilio,
fascismo y resentimiento. Adorno
2.
Capitalismo,
reificación y resentimiento. Adorno II
3.
Conocimiento
y resentimiento
4.
Escritura
constelada y aturdimiento. Adorno III
5.
La
insinceridad de unos, la habilidad de los otros
6.
El
fascismo como peste emocional. Wilhelm Reich I
7.
El
fascismo en mí. Wilhelm Reich II
8.
Lecturas
historiadoras y psiquismos contemporáneos
9.
La
vida como creación: lo Abierto es la salvación
10.
La
hidra
III.
El
mar. Un mundo abierto al hombre
1.
La
declosión según Fanon
2.
Lo
universal y el riesgo de impersonalidad
3.
Asistir
al colonizado
4.
La
descolonización del ser
5.
Restaurar
la creatividad
6.
Terapia
de la descolonización
7.
Un
rodeo por Cioran
8.
Fanon
terapeuta
9.
Reconocimiento
de la singularidad
10.
Salud
individual y democracia
11.
El
ataque al lenguaje
12.
De
los recursos al odio
13.
El
mundus inversus: conspiracionismo y resentimiento
14.
Hacia
una expansión del yo
15.
Lo
que la separación significa
16.
Hacia
una expansión del yo, II: la democracia,
sistema de valores abierto
17.
El
hombre del subsuelo: resistir al abismo
AQUÍ
UNA PROBADITA DEL CAPÍTULO PRIMERO
CAPÍTULO 1
UNIVERSAL AMARGURA
¿De
dónde viene la amargura? En principio, se dirá: del sufrimiento y de la
infancia perdida. Ya desde la infancia, algo se juega con lo amargo y con ese
Real que hace estallar nuestro pacífico mundo. Aquí yace la madre, aquí yace el
mar.1
1 Juego
de palabras basado en la homofonía de vocablos franceses: l’amer, “el amargado,
lo amargo, el amargor”; la mère, “la madre”; la mer, “el mar”. Las referencias
a estos términos se desgranan episódicamente a lo largo del libro, para
reaparecer juntos hacia el final. [N. de T.]
Cada
cual seguirá su camino, pero todos conocen el vínculo entre la sublimación
posible (el mar), la separación parental (la madre) y el dolor (lo amargo), esa
melancolía que no se supera por sí sola. Yo no creo en los territorios
esencializados –algunos mueren, sin duda, de esta ilusión o por ella−;
defiendo, en cambio, los territorios dialectizados. Lo amargo, la madre, el
mar, todo se anuda: la madre es también el padre, el progenitor, lo anterior a
la separación, aquello de lo que uno no quiere separarse, aquello que solo
cobra sentido según la vara de la separación, aquello que uno mismo deberá
llegar a ser, progenitor para otros, sean hijos propios o no, progenitor en el
sentido de que se asume un poco la necesidad de la transmisión.
Al
amargado, hay que enterrarlo. Y encima fructifica otra cosa.
Nunca
está eternamente maldita tierra alguna: amarga fecundidad que viene a fundar la
comprensión venidera. Enterrar o afrontar lo amargo, el dilema no tiene real
importancia: en la clínica, con los pacientes, hacemos lo uno y lo otro, lo uno
después de lo otro, lo uno a pesar de lo otro; también aquí hay siempre resto, como
si lo incurable se mantuviera, pero existen estancias 2
2
“Etimología: ital. stanza, estancia, propiamente permanencia, estadía,
detención, del lat. stare, permanecer, estar detenido; se dice así estancia
porque es una especie de detención” (Littré, s. v. stance). [Véase acepción 3
3
En el original, “envoyer dinguer les chapeaux des gens”: también “enloquecer, chiflar”.
La expresión reaparece en otros lugares de la obra. [N. de T.] del término “estancia”
en el Diccionario de la Lengua Española: “Permanencia durante cierto tiempo en
un lugar determinado”. Asimismo, acepción 4:
4 Herman Melville, Moby Dick (1851), París, Gallimard, “Folio”, 1980, p.
41 [ed. cast: Moby Dick, Buenos Aires, Penguin, 2015]. [Se han cotejado todas versiones
disponibles de los textos citados, pero siempre se han priorizado las opciones
preferidas por la autora (en algunos casos, resultan sustanciales para el
entramado expositivo). N. de T.].
“Cada uno de los días que está el enfermo en
el hospital”. N. de T.] En las que la
salud del alma se recupera. Y el desafío, para el analizante, es
multiplicarlas.
Cuando
Melville hace hablar a Ismael, al principio de su texto sobre la búsqueda
incansable de la ballena blanca, describe con estas palabras esa especie de
malestar que lo oprime y, sobre todo, el recurso existencial al que aspira:
Cuando
siento pliegues amargos alrededor de la boca, cuando mi alma es un noviembre
lluvioso y chorreante, cuando me sorprendo parado ante un local de pompas
fúnebres o siguiendo cada entierro que me sale al paso y, sobre todo, cuando mi
desánimo se vuelve tan dominante que tengo que contenerme para no salir
deliberadamente a la calle y mandar a paseo los sombreros de la gente, 3
3 En
el original, “envoyer dinguer les chapeaux des gens”: también “enloquecer, chiflar”.
La expresión reaparece en otros lugares de la obra. [N. de T.] entonces comprendo que ya es hora de hacerme a
la mar. 4
4 Herman Melville, Moby Dick (1851), París, Gallimard, “Folio”, 1980, p.
41 [ed. cast: Moby Dick, Buenos Aires, Penguin, 2015]. [Se han cotejado todas versiones
disponibles de los textos citados, pero siempre se han priorizado las opciones
preferidas por la autora (en algunos casos, resultan sustanciales para el
entramado expositivo). N. de T.].
Hacerse
a la mar… Melville escribe además “volver a ver el mundo del agua” y
comprendemos que este motivo del mar no es asunto de navegación, sino de
vastedad existencial, de sublimación de la finitud y del hastío que se abaten
sobre el sujeto sin que este sepa qué responder: porque no hay respuesta. Es
preciso entonces navegar, atravesar, ir hacia el horizonte, hallar un lugar
distinto para ser de nuevo capaz de vivir aquí y ahora. Es preciso alejarse
para no “mandar a paseo” los sombreros, y para no despertar el rugido del
resentimiento en ascenso. “Todos los hombres, en algún momento de sus vidas,
han tenido la misma sed de Océano que yo”. Ismael sabe, pues, que el asunto no
es personal, que la necesidad de Océano viene a paliar para cada hombre el
sentimiento abandónico inaugural, sentimiento que va marcándole su vida como un
estribillo triste y le recuerda que la cuenta hacia atrás existe y que no hay
sentido ni del lado del origen ni del lado del futuro; solamente quizás en ese
deseo de inmensidad y suspenso que pueden representar el agua, el mar, el
Océano.6
6
El sentimiento oceánico fue definido por Romain Rolland en su correspondencia
con Freud (1927) para describir el deseo universal de formar una unidad con el
universo. Aparece asimilado en Rolland a un más acá del sentimiento religioso,
mientras que lo oceánico da fe de una espiritualidad espontánea en el hombre,
independiente de ese sentimiento. Lo oceánico se dialecticiza con lo abandónico
inaugural, permitiendo al sujeto no sentirse “carente”, afrontar la separación
y la finitud (aquí yace la madre) sin ceder a la melancolía
Corresponde
a un sentimiento de eternidad, de fulgurancia y reposo. Freud, sin citarlo, le
destina la apertura de El malestar en la cultura (1929) en la que vuelve
largamente sobre el sentimiento oceánico del Yo
“¿Qué ve usted? Centinelas silenciosos,
millares de hombres están allí, plantados, tiesos, en plena ensoñación oceánica” 7
7 H.
Melville, ob. cit., p. 42
Mientras
esta predomine en el hombre, constituirá una suerte de muralla contra una
tiniebla más interior y peligrosa: la amargura y su cristalización definitiva,
que desemboca en el resentimiento.
2.
EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD FRENTE
AL RESENTIMIENTO. EL GRUÑIDO DE LA RUMIA
Y
qué, dirá usted: cada hombre conoce el resentimiento, y un mal de ese tipo,
siendo tan común, no puede ser muy grave para el individuo mismo ni para la
sociedad. En cuanto a mí, defiendo, como Cornelius Castoriadis, filósofo y de
condición psicoanalista, la idea de una diferencia radical entre los hombres
según su capacidad, o no, de mantenerse a distancia de su propio resentimiento.
Todo
hombre puede reconocerlo, pero no todo hombre deviene el lugar de su
fosilización. Muy por el contrario, aquí el destino de los hombres se separa,
como también el de las sociedades. “¿A qué podemos apuntar en el psicoanálisis
de un individuo? No, por… cierto,
a suprimir ese fondo oscuro, mi inconsciente o su inconsciente, empresa que, si
no fuera imposible, sería mortífera; sino a instaurar una relación distinta
entre inconsciente y consciente”. 8
8
Cornelius
Castoriadis, “L’exigence révolutionnaire”, entrevista con Olivier Mongin, Paul
Thibaud y Pierre Rosanvallon, grabada el 6 de julio de 1976, Esprit, febrero de
1977; reprod. en Le contenu du socialisme, París, 10/18, 1979. En Extraits
choisis por quentin@no-log.org, p. 33 [ed. cast.: La exigencia revolucionaria.
Reflexiones sobre filosofía política, Madrid, Acuarela, 2000].
Así,
de la relación creativa y serena entre conciencia e inconsciencia surge la
individuación de un ser, su subjetivación, y lo que Wilhelm Reich llamará después
“aptitud para la libertad”. Castoriadis recuerda la verdad determinante del
análisis, no solo para un sujeto, sino para la sociedad en la que este sujeto
vive:
Toda
la cuestión es saber si el individuo pudo, por un feliz azar o por el tipo de
sociedad en la que vivía, establecer una relación como esa; o si pudo modificar
esta relación para no tomar sus fantasías por la realidad; ser lo más lúcido
posible sobre su propio deseo, aceptarse como mortal, buscar la verdad aunque
tuviese que costarle, etc. Contrariamente a la impostura que prevalece en la
actualidad, yo afirmo desde hace mucho tiempo que hay una diferencia
cualitativa, y no solo de grado, entre un individuo así definido y un individuo
psicótico o tan pesadamente neurótico que se lo puede calificar de alienado, no
en el sentido sociológico general, sino precisamente en el sentido de que se
encuentra expropiado “por” él mismo “de” él mismo. El psicoanálisis es un
fraude, o bien apunta precisamente a este fin, a esta modificación precisa de
esa relación
Se
juega en ello el advenimiento de un hombre cualitativamente distinto de sus
congéneres, un hombre que poseería una clave del humanismo y de la civilización
aferente
A
la inversa, en la alienación, ningún hombre puede participar en la edificación
de un mundo común que no sea avatar de un proceso
de
reificación. El destino del psicoanálisis es tanto terapéutico como político
El
poder actual consiste en que los demás sean cosas, y todo lo que quiero va en
contra de esto. Aquel para quien los demás son cosas es él mismo una cosa, y yo
no quiero ser cosa ni para mí ni para los demás. No quiero que los demás sean
cosas, no sabría qué hacer con eso. Si puedo existir para los demás, ser
reconocido por ellos, no quiero serlo por poseer una cosa que me es exterior
–el poder–, ni existir para ellos en lo imaginario. 10
10
C. Castoriadis, “Racines subjectives et logique du projet révolutionnaire”, en
L’institution imaginaire de la société, París, Seuil, 1975, pp. 135-141. En Extraits
choisis por quentin@no-log.org, p. 6 [ed. cast.: La institución imaginaria de
la sociedad, Barcelona, Tusquets, 2013]
Castoriadis
traza el lastimoso y bien conocido cuadro de la dinámica de cosificación que
organiza a la sociedad en virtud de las relaciones más íntimas, porque estas
son indisociables de los conflictos pulsionales que obran en los individuos. El
reto es común tanto a escala individual como social: no considerar al otro y a
uno mismo como una cosa porque, desde ese momento, el mecanismo colectivo de
resentimiento se consolidará, y hombres y sociedades escindirán su destino
según ese sesgo resentimentista que vuelve casi imposible la desalienación
psíquica y social
3.
DEFINICIÓN Y MANIFESTACIONES DEL RESENTIMIENTO
Max
Scheler definió con gran claridad el resentimiento en el ensayo que le consagra
en 1912, antes de la Primera Guerra Mundial, tiempo terrible de pulsiones
mortíferas: “La experiencia y la rumia de cierta reacción afectiva dirigida
contra otro, sentimiento que se profundiza y penetra poco a poco en el corazón
de la persona al tiempo que abandona el terreno de la expresión y de la
actividad”. 11
11 Max Scheler, L’homme du ressentiment (1912), París, Gallimard, 1933, p.
Las
tesis de Scheler son citadas sin que esto signifique avalar aquellas manifestaciones
suyas que pudieron ser terreno propicio para un antisemitismo muy
característico de la década de 1930 y condenable por siempre.
El término clave para
comprender la dinámica del resentimiento es la rumia, algo que se masca una y
otra vez, con la amargura característica del alimento fatigado por la
masticación. La rumia es, de por sí, la de otra rumia, en el sentido de que,
desde el principio, se trata de revivir una “reacción” emocional que
inicialmente podía estar dirigida a alguien en particular. Pero, con el andar
del resentimiento, va creciendo la indeterminación del destinatario. La
detestación o aversión se hará menos personal, más global; podrá llegar a
golpear a varios individuos inicialmente no involucrados por la reacción
afectiva, pero alcanzados luego por la extensión del fenómeno. A partir de
entonces, se efectúa un doble movimiento que no deja de recordar el descripto
por Karl Polanyi:12 cuanto más profundo
se hace el resentimiento, más impactada resulta la persona en su seno, en su
corazón, su capacidad de actuar pierde fuerza y la creatividad de su expresión
se debilita. Eso roe. Eso cava. Y, con cada nuevo impulso de dicho
resentimiento, la compensación se torna más imposible: una vez alcanzado ese
punto, la necesidad de reparación es insaciable. El resentimiento nos conduce
hacia este camino sin duda ilusorio, pero áspero, de la imposible reparación y
hasta de su rechazo. Es evidente que hay reparaciones imposibles y que obligan
a la invención, a la creación, a la sublimación. Pero entrar en el resentimiento
es penetrar la esfera de una mordedura acerada que impide la proyección
luminosa, o que más bien valida cierta forma de goce de lo oscuro, por un giro,
como si fuese por estigmatización invertida. “Esa rumia, esa reviviscencia
continua del sentimiento es muy diferente, pues, del puro recuerdo intelectual
de este y de las circunstancias que lo hicieron nacer. Es una reviviscencia de
la emoción misma, un resentimiento”.
¿Cómo resistir, en efecto, a lo continuo de una reviviscencia dolorosa?
Además, se advierte
aquí un parentesco posible con el fenómeno del trauma, que produce una
“efracción”14, 15 en
el psiquismo; así, en el origen se ha jugado una herida, un golpe, una primera
incapacidad de cicatrización, y la brecha no rellenada hará después más activa
la abertura, a veces aguda, a veces crónica
14 En
razón de las marcadas diferencias entre las versiones francesas y españolas de
los textos de Freud, las citas que aparecen en esta obra son de nuestra traducción.
Consignaremos los títulos de los textos y volúmenes respectivos según la ed.
cast. de sus Obras completas por el sello Amorrortu. [N. de T.]
15
La definición es freudiana: “Llamemos traumáticos a los estímulos externos que
poseen fuerza suficiente para hacer efracción en el sistema antiestímulo. […]
Un suceso como el trauma externo provocará, sin ninguna duda, una perturbación
enorme en el funcionamiento energético del organismo y pondrá en movimiento
todos los medios de defensa. Pero aquí, ya desde el comienzo, el principio de
placer queda fuera de acción. Ya no es cuestión de impedir que el aparato
psíquico resulte sumergido por grandes sumas de estímulo; la que se plantea
entonces es otra tarea: dominar el estímulo, ligar psíquicamente las sumas de
este que penetraron por efracción para conducirlas luego a su liquidación”
(Sigmund Freud, Au délà du príncipe de plaisir, 1920 [Más allá del principio de
placer, t. 18])
Y, frente a los tropiezos alimentados por la
rumia, el trabajo del intelecto, la ayuda de lo razonable, se quedan sin sostén
Indudablemente, no deberíamos confiar tan rápido en la performatividad de este
trabajo de la razón, pero tomemos el argumento en su justa medida. Aceptemos
que es difícil resistir a los tropiezos de una emoción triste que linda con la
envidia, los celos, el desprecio al otro y finalmente a uno mismo, el
sentimiento de injusticia, la voluntad de venganza. Eso gruñe, como escribe
Scheler:
La
palabra alemana que más convendría sería Groll, que indica a las claras esa
exasperación oscura, gruñona, contenida, independiente de la actividad del yo,
que engendra poco a poco una larga rumia de odio y animosidad sin una hostilidad
muy precisa, pero preñada de una infinidad de intenciones hostiles.16
Groll
es el rencor, es enojarse con; y vemos de qué modo este enojarse con pasa al
lugar de la voluntad, de qué modo una energía mala viene a sustituir a la
alegre energía vital, de qué modo esta falsificación de la voluntad o, mejor dicho, este
impedimento de la buena voluntad, esta privación de la voluntad para, de qué modo
ese mal objeto priva a la voluntad de una buena dirección, de qué modo priva al
sujeto. Será preciso desfocalizar. Pero, al continuar el resentimiento, la indeterminación
aumenta y la desfocalización se dificulta. Todo se contamina. La mirada ya no
atraviesa, pega en lo que la rodea. Todo sirve de boomerang para reavivar el
resentimiento, todo es mala señal; señal que no está ahí para escaparse, sino
para quedar cautivo de la reviviscencia. El sujeto “engorda”, se llena
tremendamente; pierde su agilidad, tan necesaria para posibilitar el
movimiento, sea físico o mental. Demasiado lleno, encerrado, el sujeto se
encuentra al límite de la náusea; y sus vómitos sucesivos, sus vociferaciones
servirán de muy poco: lo apaciguarán por un lapso muy breve. Nietzsche hablaba
de la intoxicación, 17
17
Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral (1887 [ed. cast.: Madrid, Tecnos,
2003]); Ecce homo (1908 [ed. cast.: Buenos Aires, Losada, 2005]). El afecto del
resentimiento, nacido de una intoxicación que no hay que separar del
judeocristianismo, permite distinguir entre “moral de los esclavos” y “moral de
los amos”
Scheler
evoca el “autoenvenenamiento”18 para describir las chapuzas del resentimiento.
Este provoca una “deformación más o menos permanente del sentido de los
valores, como también de la Facultad del
juicio”. El
impacto del resentimiento ataca, pues, el sentido del juicio. Este
último queda viciado, roído por dentro; la podredumbre está ahí. Desde ahora,
producir un juicio esclarecido se torna difícil, aunque a la vez es la vía
redentora.
Se
trata, sin duda, de identificar el eco, el aura del resentimiento, aun si este
término es demasiado digno para designar lo que allí se juega, más bien una
irradiación, una contaminación servil que, con el paso del tiempo, encontrará
justificaciones dignas de este nombre. La facultad de juicio se pone entonces
al servicio de mantener el resentimiento y no de deconstruirlo. Este es
cabalmente el aspecto viciado del fenómeno, que utiliza el instrumento posible
de liberación –la facultad de juicio– como aquel mismo de sujeción en la
servidumbre y la alienación. Porque hay, sin duda, servidumbre ante la pulsión
mortífera. La moral de los “esclavos” se juega ya aquí, en el hecho de
someterse a la rumia
4.
INERCIA DEL RESENTIMIENTO Y RESENTIMIENTO - FETICHE
Podemos
y debemos nutrirnos de otra manera, rechazar los alimentos putrefactos. Pero
aquí, se prefiere elegir la carroña. Esa preferencia por lo putrefacto es
esencial en el proceso, pues el resentimiento no es asimilable a una
contestación, a una legítima defensa, a una simple reacción. Suele corresponder
la no-reacción, a la renuncia a reaccionar. Consiste en haber guardado [algo]
en uno mismo –no es que no se deba guardar nada en uno mismo–; hay que haber
“suspendido” el tiempo, como para odiar mejor y de forma más duradera. Hay que
penetrar ese tipo de esperanza muy particular que es la venganza, también en
este caso una esperanza putrefacta, pero cuyo poder movilizador puede ser
vigoroso. “Para que haya verdaderamente venganza, hace falta, a la vez, un
tiempo más o menos largo, durante el cual la tendencia a responder de inmediato
y los movimientos de ira y odio conexos sean retenidos y dejados en
suspenso”.19
Para
hacer desaparecer el resentimiento no basta responder de inmediato. En verdad,
el resentimiento no tapa simplemente la reacción, o hasta la ausencia de reacción,
sino que se vincula con la rumia, con la elección de rumiar o con la
imposibilidad de no rumiar. No es sencillo decidir entre una definición del
resentimiento que lo coloque del lado de la impotencia para, y otra que acabe
concediendo que se puede optar o no por la impotencia para. Se trata aquí, por
cierto, de una cuestión de grado y de invalidez creada por el resentimiento,
más o menos aceptado. Se puede caer en la trampa del resentimiento pero
intentar deshacerse de él, negarse a admitir la viscosidad que él induce.
Hallarse al borde de la venganza, rumiar, pero no lo suficiente como para
sucumbir a ella totalmente, como para querer sucumbir a ella totalmente.
Y,
además, la venganza no es el resentimiento; es terrible e igualmente
contaminante, pero tiene una dirección, está determinada, en el sentido de que
eventualmente puede ser satisfecha. “El deseo de venganza cae con la
realización de la venganza”, cree Scheler.
Yo
no estoy tan segura. Pero la venganza sabe desplazarse y encontrar otro objeto.
No es nada fácil abandonar este tipo de dinámica
mortífera,
esta energía viciada. Ahora bien, con el resentimiento es distinto. Hasta su
objeto parece ser lo que impide cualquier superación moral; su meta:
inscribirse en el fracaso, inscribirlo a usted en el fracaso, a usted, que
intenta crear una solución.
Se
ve a las claras cómo funciona esto en algunas psicosis tenaces: el modo en que
el paciente pone toda su energía en impedir la solución, en hacer fracasar al
médico o a la medicina, en obturar cualquier salida. No se acepta ninguna
superación: aceptarla produciría sin duda un nuevo colapso que no se quiere
asumir. Es preferible, entonces, como modo de funcionamiento, la disfunción.
Única aptitud del resentimiento, y en la cual sobresale: agriar, agriar la personalidad,
agriar la situación, agriar la mirada sobre.
El
resentimiento impide la apertura, él cierra, forcluye, no hay salida posible.
El
sujeto está quizá fuera de sí, 21
21
Se trata de soi, término que puede cumplir dos funciones gramaticales: la de pronombre
personal y la de sustantivo (de género masculino). Equivalente a soi-même. Lo
traducimos aquí por “sí”, “sí mismo” y también “uno mismo”.[N. de T.] Pero
dentro de sí, royendo el sí mismo y, en consecuencia, royendo la única
mediación posible hacia el mundo.
Si bien el resentimiento del tener (envidia) y el resentimiento del
ser (celos) deben ser diferenciados, su acoplamiento es posible.
Esta
es, desde luego, la consumación del resentimiento, roer la interioridad de la
persona y no solamente ese deseo de adquisición, sacudirlo en su sostén
identitario. “La envidia no aguijonea nuestra voluntad de adquirir, la
debilita”, prosigue Scheler; y, cuanto más crece la envidia, más impotente
vuelve al sujeto y más desplaza su malestar del tener hacia un malestar
ontológico, mucho más devastador: “Puedo perdonarte todo; menos que seas lo que
eres; menos que yo no sea lo que tú eres; menos que yo no sea tú. Esta envidia
recae sobre la existencia misma del otro; existencia que, como tal, nos sofoca,
y ese reproche nos es intolerable”.
Aquí
la trampa vuelve a cerrarse sobre el sujeto. Porque, si bien podemos creer que
el tener (el haber, los bienes), al fin recuperado, acabará apaciguándonos, nadie
se ilusiona con el apaciguamiento posible de un sujeto roído por el odio al
otro, alimentado por una fantasmática desbordante
Cuando
el sujeto cae en este tipo de desfallecimiento que vira al desfallecimiento de su propio sí mismo, la
curación, la liberación
de
esa garra será sumamente complicada. Hay que plantear como
idea
reguladora que la curación es posible, pero que sin duda la
clínica
es insuficiente en su asistencia, en la propagación continua
de
su asistencia. 23
23
(Le) soin es uno de los conceptos centrales del texto, lo mismo que el verbo soigner,
así como el agente de la acción, soignant. Soin es la denominación genérica
utilizada en los países y regiones francófonos para toda aquella actividad
institucional o privada relativa a la atención de las poblaciones en el campo
de la salud. En otras zonas lingüísticas estas prestaciones no suelen ser
denominadas con similar uniformidad, como es el caso de las de habla castellana,
donde se emplean, según variedad de contextos, “cuidado”, “tratamiento”,
“atención”, “asistencia”, por ejemplo. Esto ha determinado la imposibilidad de
verter en el empleo casi constante de una única raíz característica en el
espacio lingüístico francés. [N. de T.]
El
terapeuta es humano: hay que contar también con esta insuficiencia estructural
de la cura. Es imposible superar el resentimiento sin que entre en acción la
voluntad del sujeto. Lo que falta es precisamente esta voluntad, enterrada cada
día por el sujeto mismo para evitarle también afrontar su responsabilidad, su
carga anímica, su obligación moral de superarse.
Solo
la destrucción del otro es entonces susceptible de aportar un goce, de procurar
un “principio de placer” que permita afrontar una realidad que no puede ser
soportada porque se la considera injusta, inequitativa, humillante, indigna del
mérito que nos atribuimos. El resentimiento es un delirio victimario; delirio, no en
el sentido de que el individuo no es víctima –lo es potencialmente–, sino
porque no es en absoluto la única víctima de un orden injusto. La injusticia es global, indiferenciada,
ciertamente le concierne, pero la complejidad del mundo vuelve imposible la
destinación precisa, la morada exacta de la injusticia. Por otra parte, ¿se es
víctima con relación a qué, a quién, a qué orden de valores y expectativas? En
definitiva, una cosa es definirse temporariamente como víctima, reconocerse por
un instante como tal, y otra cosa consolidar una identidad exclusivamente a
partir de este “dato” de dudosa objetividad y de indudable subjetividad.
Así,
se trata claramente de una “decisión” del sujeto, la de elegir la rumia, la de
elegir el goce de lo peor, ya sea que se cobre conciencia o no de esa elección;
generalmente no accede a la conciencia. Hay “delirio” porque hay alienación,
no-percepción de la propia responsabilidad en la queja reiterada; hay delirio
porque el sujeto no advierte que, en la mecánica de la rumia, él está al mando.
Se niega a desfocalizar, a renunciar a la idea de reparación, aun sabiendo que
la reparación es ilusoria porque jamás estará a la altura de la injusticia que
él siente. Hay que cerrar, y el sujeto no quiere cerrar. Tal es, por cierto, la
definición de la “queja” propuesta por François Roustang, disociada siempre del
sufrimiento. La queja es la “denuncia”;… 24
24
Juego de palabras: plainte, “queja”; porter plainte, “denunciar”, “presentar
una denuncia, un reclamo”, pero, literalmente, “portar la queja”. [N. de T.]
…desde
luego, digna de elogio en el universo jurídico; sin embargo, en el universo
psicológico y emocional, habrá que desistir de esa queja / denuncia para evitar
ser roído por ella y encerrarse en un furor que consume. Recordemos también la
enseñanza freudiana respecto de la renegación de la realidad, que no deja de
evocar lo que se juega en el resentimiento. El sujeto capturado por el
resentimiento no llega al punto de negar la realidad, dado que la sufre, pero
funciona con su resentimiento como podría hacerlo con un “fetiche”.
¿Para
qué sirve el fetiche? Justamente, para sustituir esa realidad que al sujeto le
es insoportable. Dicho de otra manera, si al sujeto le es tan difícil
desprenderse de la queja es porque funciona como un “fetiche”, le procura el
mismo placer, hace de pantalla, permite soportar la realidad, mediarla, des-realizarla.
Lo único real vivible se convierte en queja por el principio de placer que esta
procura, y el resentimiento - fetiche actúa como una obsesión. El resentimiento
no sirve únicamente para mantener la memoria de lo que se sintió como una
herida, sino que permite gozar de esta memoria, mantener viva la idea de un
castigo
5.
RESENTIMIENTO E IGUALITARISMO
EL FIN DEL DISCERNIMIENTO
Scheler
lo describe perfectamente: el resentimiento se sirve de la facultad de juicio
para desvalorizar todo lo que podría impulsarlo reformarse y, en consecuencia,
a desaparecer. El resentimiento tiene una capacidad de autoconservación
extremadamente vigorosa:
El
hombre común no se satisface sino cuando se siente poseedor de un valor por lo
menos igual al de los otros hombres; ahora bien, adquiere este sentimiento ya
sea negando, gracias a una ficción, las cualidades de las personas con las que
se compara, es decir, por cierta ceguera respecto de estas; ya sea, y aquí está
el fondo mismo del resentimiento, gracias a un modo de ilusión que transmuta
incluso los valores capaces de afectar con un coeficiente positivo los términos
de su comparación
Entonces,
sería sano poder reconocer la igualdad con el otro sin necesitar negarle sus
propias cualidades. Una primera pista para elaborar un antídoto contra el
resentimiento es la noción de igualdad sentida, experimentada. La estructura
del resentimiento es igualitaria: surge en el momento en que el sujeto se
siente ciertamente desigual, pero sobre todo agraviado por ser igual. Sentirse
desigual no basta para producir ese estado del alma. La frustración se
desarrolla sobre un terreno de derecho a. Me siento frustrado porque creo en lo
que se me debe o en mi derecho. Para experimentar resentimiento hace falta
creer en un derecho. Al menos esta es la tesis de Scheler y de los partidarios
de Tocqueville, para quienes la democracia era por esencia un régimen causante
de resentimiento precisamente porque la noción igualitaria representaba una
apuesta estructural.
No
se trata aquí de negar la necesidad de la igualdad para evitar el
resentimiento; resuena en esto la “ultrasolución” 27
27 Existen
varias versiones de la ultrasolución [concepto acuñado por Paul Watzlawick. N.
de E.]: sin duda, toda versión maximalista, inepta para cualquier dinámica de negociación
(proponer una solución de la cual nadie puede volver no es una solución), es
clásicamente una ultrasolución; todo aquello que expulsa el discernimiento, el
matiz, la complejidad, con el pretexto de que se trata de una solución de
compromiso inaceptable: hay compromisos inaceptables, por tanto, que no son
compromisos, sino simulacros de compromisos. Pero no todo compromiso es
estructuralmente inaceptable. El problema con la ultrasolución es la ilusión de
saber en qué solución se asienta: ninguna es estructuralmente definitiva,
algunos principios pueden serlo, pero ninguna solución posee definitivamente
por sí sola, en su espacio – tiempo propio, la clave para resolver un problema.
Sí el problema es simple, desde luego, pero entonces no se trata realmente de
un “problema”, sino de un punto desprovisto de la menor dinámica propia. El
problema lleva a tener en cuenta la complejidad de un ecosistema, siempre está
en movimiento.
Por
consiguiente, creer en la ultrasolución, aquella que va a detener la “motricidad”
propia del problema, siempre en interacción con un medio, es por demás
insuficiente en términos intelectuales. Esto no significa que jamás haya solución,
sino que la resolución es dinámica, remite a un ciclo que pone en escena
espacios-tiempos diferentes, sucesivos de Palo Alto, que consiste en matar al
enfermo para erradicar un mal: “operación exitosa, paciente fallecido”.
Retomemos la cita de Scheler: si el hombre “común” solo se satisface
sintiéndose poseedor de un valor igual, esto no significa que posea ese valor,
sino que se ilusiona con que lo tiene. Dicho de otra manera, el “mundo común” se
sustenta dejando a cada cual el derecho de ilusionarse sobre su propio valor.
Por otra parte, lo que vuelve común al hombre, o por lo menos lo fija en esta
mediocridad, es la incapacidad de reconocer el valor de los otros, aun cuando
piense que lo ayudará a zafarse de su insuficiencia. Pero inventarse una
superioridad jamás produce superioridad. En cambio, saber admirar, saber
reconocer el valor de los otros es un verdadero antídoto contra el
resentimiento, aun si en un primer momento exige una fuerza anímica más
elaborada.
Ahora
bien, al resentimiento no le basta con denigrar a los otros. Se necesita un
paso más: la inculpación. Al carecer esta de todo objeto real, vira a la
delación, a la desinformación. Puesto que no hubo asesinato, es preciso
fabricar el cadáver. De aquí en más, el otro será culpable. Así se desencadena
una forma de “depreciación universal”.
Esta
“represión total” pone en marcha una “total negación de los valores” –dirá
también Scheler–, una “animosidad odiadora y explosiva” Porque también es esto
estar tremendamente “lleno”, lleno de una explosión, lleno de un inflamable,
lleno de una deflagración que puede alcanzarlo todo sin discernimiento; el fin
del discernimiento es la meta del resentimiento: no valorar más las cosas, tener
en mira la tabula rasa, sin otro proyecto. Producir una “mancha de aceite”, no
captar ya el origen del mal, su causa, no saber ya “causar” el mal que se
padece –en consecuencia, será más complicado aún calmarlo–, abrir la amplitud
del daño a medida que el universo de la escuela solucional se reduce, producir
un ethos invertido, una “disposición general” a producir hostilidad del mismo
modo que otros producen acogida al mundo, retroceder, producir una involución,
pues la evolución parece ser demasiado amenazadora y sinónimo de pérdida
Es
lógico que el discernimiento quede afectado cuando el sujeto se deja
“desbordar” por su resentimiento. Discernir es separar, poner aparte,
diferenciar para apreciar mejor la especificidad de las cosas, no generalizar;
incluso algo más sencillo: el discernimiento es la “disposición del espíritu
para juzgar las cosas clara y sanamente”.
Se
trata de una disposición de salud que da fe de la salud psíquica y física de
las personas, disposición de quien “aprecia” las complejidades de una razón y
no se siente desmentido por ella. A veces, discernir y sentir pueden incluso
asimilarse, precisamente en el sentido de que discernir será la capacidad de
sentir plenamente y sin confusión, de sentir y reconocer, de identificar y no
confundir. Está claro que nuestros tiempos alteran tal aptitud de
discernimiento, no que la impidan; ahora bien, la saturación de información,
sobre todo de la falsa, el reduccionismo del que dan prueba las nuevas formas
del espacio público (en especial, las redes sociales) alimentan asaltos incesantes
contra ese discernimiento que carece, por estructura, del ritmo adecuado para
resistir. Discernir supone tiempo, paciencia, prudencia, un arte de escrutar,
de observar, de estar al acecho: se discierne conteniendo el aliento,
volviéndose uno más silencioso, mirando y no fisgoneando, desapareciendo para
dejar que la cosa observada se comporte con naturalidad. Discernir supone retirarse
allí donde el sujeto resentimentista se vive como el primer protagonista de la
escena. Durante mucho tiempo el discernimiento fue un valor puramente
espiritual, jesuítico, que permitía al hombre esclarecer
sus motivaciones… 31
31
“Un buen discernimiento exige, pues, esclarecer las motivaciones, purificar la afectividad,
emitir un juicio sobre el deseo a fin de valorizar lo bueno y rechazar lo malo”
(I. de Loyola, reprod. en C. Fino, art. cit.).
…y
purificar sus emociones. En Ignacio de Loyola o Francisco de Sales, Dios es lo
que permite discernir.
Dios
o, más precisamente, la gracia divina, ese tiempo que permitirá al sujeto
transformarse interiormente. Aquí, por supuesto, la filosofía efectúa una
secularización de la noción de discernimiento, y el estado de derecho digno de
este nombre –el contrato social– ha de confirmarse protector de este tiempo
necesario para realizar la transformación de uno mismo y del mundo. La pérdida
de discernimiento es el primer síntoma de las patologías narcisistas y de los trastornos
psicóticos.
En
definitiva, no creemos que exista un objeto digno de ser rumiado. Ningún objeto
salva a la rumia de su triste destino de debilitar al hombre, incluso el
aprendizaje de la muerte. El famoso “filosofar es aprender a morir” puede hacer
pensar que debiéramos recordarnos a cada instante nuestra finitud, hacerla
sonar como toque de difuntos y entonces volvernos capaces de amarlo todo, de
dar vuelta todo. No hay nada de eso. El propio Montaigne, uno de los grandes defensores
de esta necesidad de aprender a morir, en la línea de Sócrates, nos alerta
sobre el contrasentido posible; con la edad, descubrirá que el aprendizaje de
la muerte es cualquier cosa menos una rumia y que, a la inversa, si se cede a
esta, linda con el error. “Veamos el esfuerzo que hace Séneca para prepararse
contra la muerte, veámoslo sudar la gota gorda. […] Su agitación, tan ardiente,
tan frecuente, muestra que él mismo era fogoso e impulsivo”.33 En otras palabras,
creer que la muerte es la meta de nuestra vida no consigue librarnos de una
agitación precisamente mortífera. Rumiar sobre la muerte no produce ningún
análisis que libere de ella. “Perturbamos la vida por atender a la muerte, y la
muerte por atender a la vida”.
En
consecuencia, Montaigne opta por una definición igualmente esencial de la
muerte, pero le niega ser la finalidad de la vida. No es una “meta”, sino un
simple “extremo”.34 La metafísica está en otra parte, cae de nuevo del lado de
la invención de la vida.
6.
LA MELANCOLÍA EN LA ABUNDANCIA
Scheler
considera el régimen democrático como un lugar estructuralmente más proclive al
resentimiento. Tocqueville lo experimentaba ya en su tiempo al señalar ese mal
que se abate sobre el hombre, el igualitarismo, así como el hecho de que este
se vuelve tanto más sensible a la igualdad cuanto más se consolida la igualación
de las condiciones. Hay aquí un fenómeno lógico, pero difícilmente canalizable.
La menor desigualdad hiere la vista, decía, y la insaciabilidad del individuo,
en términos de igualitarismo, es devastadora. Hablaba ya del mal de la
melancolía en el seno de la abundancia. 35
35
Alexis de Tocqueville, De la démocratie en Amérique (1830-1835) [ed. cast.: La
democracia en América, Madrid, Trotta, 2018]: “Cuando la desigualdad es la ley
común de una sociedad, las desigualdades más profundas no hieren la vista;
cuando todo es aproximadamente de nivel, las menores la hieren. Es por eso que
el deseo de igualdad se vuelve cada vez más insaciable a medida que la igualdad
crece. En los pueblos democráticos, los hombres obtienen fácilmente cierta
igualdad; no podrían alcanzar la que desean. Esta retrocede día a día ante
ellos, pero sin sustraerse a sus miradas, y, al retirarse, los atrae en su
persecución. Creen una y otra vez que van a apresarla, y ella escapa una y otra
vez a sus abrazos. La ven de bastante cerca para conocer sus encantos, no se le
acercan bastante para gozar de ella y mueren antes de haber saboreado plenamente
sus dulzuras. A estas causas hay que atribuir la melancolía singular que los
habitantes de las comarcas democráticas muestran con frecuencia en el seno de
su abundancia y esos disgustos de la vida que vienen a veces a apresarlas en
medio de una existencia confortable y tranquila”.
Vuelvo
a este pasaje una y otra vez, hasta tal punto me ha parecido la clave del
comportamiento democrático inmaduro, comportamiento perverso que viene a pudrir
lo que este régimen tiene de más excepcional, esto es, su exigencia de igualdad
y su afán de concretarla.
¿Es
inevitable esta perversión? No lo creo. Es un tema que atañe a la educación de
cada cual. Se juega en el nivel del “gobierno de sí mismo” (Foucault), único
horizonte que hace posible un “gobierno de los otros” digno de este nombre y
que respeta el desafío igualitario de la democracia. Para Scheler, el
resentimiento no es, evidentemente, obra de una democracia perfecta, sino de
una democracia fallida que prueba ser siempre, al final, la realidad de una
democracia, aunque de ningún modo haya que validarla como tal. “Habría poco
resentimiento en una democracia que, tanto social como políticamente, tendiera
a la igualdad de las riquezas”.37
El
resentimiento es producido por un desfase entre los derechos políticos
reconocidos y uniformes y una realidad de desigualdades concretas. No cabe
duda: esta coexistencia de un derecho formal y la ausencia de un derecho
concreto produce el resentimiento colectivo. Pero, a diferencia de Scheler, yo
creo que el resentimiento es más estructural en el hombre porque, en una
situación económica igualitaria, él se desplaza hacia el reconocimiento
simbólico y exige cada vez más igualitarismo o proyecta sobre el otro su
detestación. Esta última sin duda remite a factores personales no analizados
(lo cual no significa que nuestras sociedades, a causa de su recrudecimiento
inequitativo, no acaben produciendo un potencial de resentimiento).38 Sentirse “ofendido”,
humillado, impotente, produce al principio un repliegue sobre sí, una suerte de
aquiescencia inclusive, consecutiva a cierta forma de knock-out; después, por suerte,
el sujeto se recupera. Pero, si el golpe perdura, si es repetitivo y existe la
impresión de que lo aplica una cantidad creciente de individuos, una élite, por
ejemplo, la ofensa se vuelve mundo, mundo que encierra, que hace del sujeto su
cautivo, surgiendo entonces el sentimiento de fatalidad.
Hay
aquí dos caminos posibles: por un lado, el quebranto de uno mismo y, por el
otro, la inversión del estigma, a saber, la reivindicación victimaria, el hecho
de definirse entonces el sujeto como “ofendido” y de utilizar tiránicamente
esta identidad victimaria, siendo el resentimiento un primer camino hacia el
terror. La violencia con que Scheler carga contra el igualitarismo no deja de
recordar la de Nietzsche cuando ve en este la “moral de los esclavos”, que
desean el debilitamiento de los demás para experimentar un sentimiento igualitario.
Tras la exigencia de igualdad inofensiva suele ocultarse, según estos últimos, una
perversión igualitarista, el miedo de no estar a la altura, esa terrible pasión
triste: “¡Solo el que tiene miedo de perder exige la igualdad universal!”.39
Hay aquí sin duda una visión muy conservadora y denigrante de la igualdad
–percibida como único viático 40
40
Término utilizado en su sentido religioso de último sacramento administrado a las
personas en agonía. [N. de T.]
…hacia
el igualitarismo–, pero que pierde el valor igual de la dignidad humana. Sin
embargo, el análisis concerniente al resentimiento es correcto por cuanto deja
ver claramente el proceso de falsificación de los valores vigentes, que por
otro lado no deja de recordar el de la sofística, cuya elocuencia suele querer
ocultar una debilidad del alma. El resentimiento puede articularse con la
elocuencia, pero en general ambos no tardan en escindirse, pues existe un
parentesco entre la cultura y los valores. Negar todos los valores obliga a
denigrar la cultura o el intelecto.
Scheler
continúa el análisis llamando “débil” a ese hombre común. Hay que entender esto
como una debilidad del alma que, para sentirse legítima, necesitará rápidamente
el asentimiento de la masa.
“Pronto
siente la necesidad de sistematizar su juicio”. En efecto, no siendo el juicio
otra cosa que una opinión putrefacta, es preciso el número para darle la
consistencia que no tiene y desde entonces ir a rastrear en los otros un poco
de ese potencial de resentimiento.
Y
todos saben que la debilidad del alma no es extraña a nadie. El hombre del
resentimiento es “un débil: no puede quedarse solo con su juicio. […] La
universalidad o el consentimiento de todos viene entonces a sustituir a la
genuina objetividad de los valores”.
La
dura prueba de la soledad puede resultar una muralla defensiva contra lo dañoso
del resentimiento, por un lado, en la medida en que puede ser un acto capaz de
acceder a la individuación y, por el otro, porque un individuo que elige
afrontar la soledad, aun pudiendo experimentar una amargura inmensa, resulta
menos perjudicial para su prójimo puesto que está confinado en el interior de
sí mismo. Al buscar el consentimiento de todos, el hombre del resentimiento
muestra en qué trampas del conformismo está ence rrado. El juicio suele
presentarse como un suplemento de espíritu crítico –fenómeno similar al
conspiracionismo paranoico–, pero en verdad se está a ras del suelo.
Falsificación de los valores, porque se presenta también como nuevo
ordenamiento de estos que destituye la jerarquía de los valores actuales; pero
falsificación también porque puede lindar con el relativismo moral o con el
nihilismo.
Conocemos
la tesis de Nietzsche, objetada por Scheler: el cristianismo como “flor y nata
del resentimiento”. Pero que el resentimiento pueda residir en la fuente de una
nueva moral, y más específicamente de una moral moderna, típica de las
sociedades burguesas actuales cuyo ideal es la burguesía, tal es cabalmente la tesis
de Scheler, que desde entonces se postula como antimoderna.
Se
defiende además un cristianismo sumamente elitista, casi aristocrático,
antitético del “humanitarismo moderno”; no es de esencia democrática, como a
veces se lo interpreta con apoyo, en especial, sobre la noción de amor
cristiano. Para Scheler, el cristianismo es absolutamente ajeno a cualquier
idea de igualdad de valores de los hombres; prueba de ello es la distinción
entre el infierno, el paraíso y el purgatorio. Esto es enteramente correcto,
pero no es menos cierto que el cristianismo defiende la igual dignidad de los
hombres y considera la posibilidad del perdón.
En
igual medida, la intensificación actual del individualismo puede producir un
terreno fértil para el resentimiento, en la medida en que el individuo se
escinde y comienza a entrever su responsabilidad a condición de distinguirla de
la de los demás. Primer reflejo, hacer a los otros responsables de la
disfunción percibida; segundo reflejo: considerar que no somos responsables de
sus falencias. El individuo ya no puede cargar sobre sí la responsabilidad colectiva,
pero al mismo tiempo, cada vez que se le da la posibilidad de asumir una
responsabilidad individual, entiende que se trata de una responsabilidad
colectiva disfrazada. En definitiva, el resentimiento es la artimaña psíquica
de entender que la culpa es siempre de los otros, jamás propia. Se nos invita a
hacernos cargo pero, no bien se presenta la ocasión de asumir nuestra
responsabilidad, nos consideramos irreprochables. Esta es claramente la
diferencia entre una moral cristiana que enlaza a todos los hombres en su
responsabilidad y la moral democrática individualista que dice responsabilizar a
los individuos.
La
idea cristiana de solidaridad moral de la humanidad implica no solamente que
todos somos pecadores en Adán, y todos redimidos en Jesús, sino también que
todos debemos sentirnos solidariamente responsables de nuestras faltas, […] que
participamos todos en los méritos de los santos y que las pobres almas pueden
ser salvadas gracias a los actos morales de sus prójimos.
A
la inversa, la moral de los esclavos, como la describe Nietzsche, “busca
siempre reducir la responsabilidad al mínimo, explicar la culpa del individuo
por una actividad extrínseca, y sostiene que no hay que deberle nada a nadie”.
7.
LO QUE SCHELER LE ENSEÑARÍA AL CUIDADO
No
es fácil, pues, aceptar el reto de pregonar una solidaridad colectiva, un
sentimiento común de responsabilidad aun cuando esta no parezca incumbirnos, y
al mismo tiempo pregonar un individualismo de la responsabilidad, real, sin
intentar disfrazar la responsabilidad propia convocando solamente la del otro.
Tal es el desafío de una madurez asumida: suficiente humildad para llevar cada
cual su carga; suficiente lucidez para no caer en el resentimiento por el hecho
de que otros no asumen la propia. Frente al resentimiento del hombre común,
Scheler condena en igual medida el “humanitarismo burgués”, la falsa piedad, el
“esto me da pena”, la descalificación total de la misericordia cristiana, la
internacional de los buenos sentimientos, diría Althusser, o incluso lo que él
define como altruismo desviado, que se contenta con palabras. Scheler sería sin
duda un adversario feroz de la ética del cuidado, o más bien de su visión paródica
y caricaturesca según la cual se termina por confinar al vulnerable o por producir
en serie el asistencialismo como modo de vida. La fórmula es de Goethe,
retomada por Scheler, quien teme ver convertirse el mundo en un “vasto
hospital” en el que “cada cual haría de enfermero de su vecino”, o incluso la
muy gráfica asociación de la “legislación social” y la “poesía de hospital”.43
Todos
reconoceremos en estos términos la denuncia conservadora del socialismo, pero
también las derivas que una ética del cuidado debe igualmente evitar; dicho de
otro modo, la promoción de un apoltronamiento moral disfrazado de compasión
comunicacional.
Desde
la provechosa rigidez del pensamiento derechista, permite precisamente no
perder de vista el apoltronamiento propio, manteniendo a distancia su
sistematismo. Como material de prueba, está esa crítica de la visión
socializante del cristianismo que hace de él la antesala de la democracia, y
más específicamente de un régimen igualitarista: de ningún modo Jesús es un
republicano que pregone el amor al prójimo tanto como otros defenderían los
derechos humanos, sostiene Scheler, revelando con ello ser tan ideólogo como sus
adversarios. Y volverá a ser nietzscheano al recordar que el amor de Cristo es
cualquier cosa menos tibio, que no exalta en absoluto a las “naturalezas
incapaces de hostilidad” o a “los depredadores domesticados”, como los llama
Nietzsche.44
Una
vez más, es interesante recordar que al resentimiento no le alcanza con la
incapacidad de ser hostil, prefiere la opción deliberada de no desplomarse en
esta y superarla. Así como en la clínica el pasaje al acto es identificado con
una incapacidad para la acción (mientras que proporciona la ilusión de que la
hay), debe comprenderse que rechazar la violencia es también un acto, un
actuar, y no exclusivamente una cobardía. Rechazar la hostilidad, rechazar la
violencia no le está reservado solamente a los “débiles”, sino que procede
también de una firmeza del alma, en todo caso debe intentar proceder de ella.
Por lo demás, todos podemos verificar, apoyados en la historia y en la
actualidad, que los “incapaces de hostilidad” lo son en general
circunstancialmente y que, ante la menor posibilidad de expresarla sin pagar
por ello, la hostilidad será vomitada de nuevo. Hay que permanecer, pues,
vigilantes. El resentimiento es un veneno tanto más letal cuanto que se
alimenta del tiempo para engordar y usurpar en profundidad el corazón de los
hombres. Como recuerda Scheler,45 el amor, en la concepción cristiana, es un
acto que proviene del espíritu y no de la sensibilidad; en otras palabras, de
la decisión, de un sentido del deber y de la responsabilidad.
8.
¿FEMINEIDAD DEL
RESENTIMIENTO?
El
hecho de que las mujeres, según Scheler, estén más expuestas al peligro del
resentimiento no debe entenderse de manera esencializada; remite a la
estructura patriarcal en la cual están integradas, o, mejor dicho, entrampadas.
El rencor es el arma de los “débiles”; “maldecir” es la manera más simple de
producir performatividad de lenguaje, tanto más cuanto que el actuar está
confiscado. El conservadurismo de Scheler, una pizca rancio, tiene que ser
deconstruido, como su antisemitismo. Su oda a la mujer “más propiamente femenina”
cautivará quizás a quienes claman contra la modernidad emancipadora y
feminista; tiene aquí el mérito de mostrar que una descripción a menudo
correcta del resentimiento no nos protege necesariamente del propio, y que el
trabajo de deconstrucción
ha
de ser efectuado primero en uno mismo. Dicho esto, es bueno recordar hasta qué
punto las patologías varían según las épocas y son difícilmente divisibles, aun
cuando algunas se apoyen en factores personales.
Tomemos
la histeria. Durante largo tiempo fue feminizada, mientras que remite sobre
todo a un condicionamiento particular impuesto largamente a la mujer: la
reducción de su mundo, el encierro en lo privado y lo pequeño, el confinamiento
en lo doméstico, la prohibición de acceder a la vastedad del mundo, del aumento
para sí. En la clínica actual de las sociedades democráticas, las histerias,
cuando subsisten, son tanto masculinas como femeninas, dado que remiten –por
desgracia– a un destino más igualitario en la sumisión. Se habría preferido que
esta última perdiese terreno en nuestras llamadas sociedades modernas, cosa que
hizo en ciertos aspectos, pero agrandando su círculo de impacto, incluyendo de
manera más consecuente a los hombres. De ahí el giro no poco flagrante de que
los portadores del resentimiento no sean las mujeres, muy ocupadas en verificar
los comienzos de su emancipación –aun sin mucho brillo, esta es real–, sino los
hombres, los hombres “comunes”, por tomar la calificación de Scheler.
Son
los desclasados, los juzgados con desprecio como “sobrantes”, los “inútiles”,
los que han “tenido”, o simplemente el sentimiento de haber tenido, y que ahora
solo comprueban la pérdida.
9.
EL FALSO SELF
La
nostalgia del tener puede ser un muy seguro veneno para el alma.
Donald
Winnicott describe este rencor igualmente como uno de los elementos esenciales
para definir el “falso self”: esa personalidad falsa que el sujeto se inventa
para defenderse de lo que considera amenazante para su identidad, su salud, su
vida psíquica. Técnica de disimulación básica, y a veces necesaria, pero que
puede no durar; así pues, el falso self se arraiga, cada vez es más difícil
distinguirlo del self. También Marc Angenot lo sitúa en el centro de su
descripción del “yo resentimentista”: “El yo de resentimiento es una especie de
‘falso self’, de personalidad simulacro plagada de terquedades, arrogancias,
rencores y hostilidades; tras la cual se disimula un verdadero yo frágil,
gregario y sometido”.46
El
concepto de “falso self” es decisivo para apreciar la naturaleza psíquica del
hombre del resentimiento: así como no actúa sino que reacciona, del mismo modo
no es, se enmascara, aun no teniendo conciencia de ello. Y, además, se negará
una y otra vez a examinar su propia conciencia, rehusando considerar que tiene
alguna responsabilidad en su situación. Opta para siempre por la mala fe y se encierra
en ella:
Vuelve
totalmente la espalda a la ruta interior que habría tenido que seguir para ser
de veras un yo. Todo el tema del yo, del verdadero, es entonces como una puerta
cerrada en el fondo más profundo de su alma. [El hombre del resentimiento]
tiene apenas prudentes relaciones con su escasa reflexión sobre sí mismo, teme que
reaparezca lo que se ocultaba en el trasfondo.4
Otro
punto decisivo para comprender el falso self: la sumisión. Este es el criterio
que comparte con el resentimiento, el sujeto practica el “falso self” para
disimularse lo que cree que es la fuerza del otro, o lo que cree que es el
deseo del otro, que será cuestión, entonces, de contentar; el sujeto cae en el
resentimiento cuando este deseo revela ser, de hecho, inalienable, no
manipulable por su superchería.
En
Winnicott hay varios grados de “falsos selves” de los que algunos no son una
amenaza para la interioridad del propio sujeto, en tanto y en cuanto la protege
de los ataques del exterior y de la toxicidad del medio circundante. Detrás de
este “falso self” perdura siempre el “verdadero self”, consciente de la
escisión que él mismo se impone, que no padece necesariamente la violencia,
sabiendo también que esta no es duradera y que habrá que deshacerse de ella
para retomar el camino del verdadero actuar
FICHA TÉCNICA:
1
Libro
256
Páginas
En
formato de 15.5 por 23 por 1.3 cm
Pasta
blanda en color plastificado
Primera
edición 2023
ISBN
9789878012278
Autor
Cythhia Fleury
Editor
Siglo XXI
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
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Celular:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
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3 comentarios:
Libro AQUÍ YACE LA AMARGURA CÓMO CURAR EL RESENTIMIENTO QUE CORROE NUESTRAS VIDAS
Éxito de ventas en Francia, este libro pone el foco en dos “pasiones tristes” de esta época: la amargura y el resentimiento
Si la amargura es una sensación con la que convivimos a diario, porque el mundo es un lugar injusto y desigual, y nunca tenemos el reconocimiento que creemos merecer, el resentimiento va un paso más allá: es cuando nos dejamos llevar por la rumia, por la bronca, y nos hundimos en el lugar de víctimas pasivas
Cynthia Fleury se apoya en su experiencia clínica con pacientes para proponer cómo sacarlos de ese lugar y reconectarlos con la vida
Pero también piensa en los efectos que tienen estas patologías psíquicas en la sociedad, sobre todo cuando aparecen líderes de derecha que pueden aprovecharse del descontento y la infelicidad.
Libro AQUÍ YACE LA AMARGURA CÓMO CURAR EL RESENTIMIENTO QUE CORROE NUESTRAS VIDAS
Libro AQUÍ YACE LA AMARGURA CÓMO CURAR EL RESENTIMIENTO QUE CORROE NUESTRAS VIDAS
Puede que casi todos, alguna vez, nos hayamos sentido víctimas de una situación injusta y hayamos rumiado fantasías de venganza, de reparación
Que hayamos sentido que el mundo conspira contra nosotros, que no hemos sido integrados o reconocidos como merecíamos, sin poder hacer nada contra eso
Pero ¿qué pasa, en el sujeto y en la sociedad, cuando nos instalamos a vivir en ese pozo de odio, celos, envidia y humillación que nos envenena el alma, y nos desresponsabilizamos por completo de nuestra suerte porque la culpa está afuera?
¿Qué pasa cuando la amargura, inevitable en sociedades como las nuestras que justifican las desigualdades estructurales con la mascarada de la meritocracia, no encuentra una vía para convertirse en otra cosa y nos paraliza?
¿Cómo hacer para sepultar la amargura y evitar la gangrena del resentimiento, una pulsión que puede habilitar la violencia al punto de amenazar la vida democrática?
En este ensayo deslumbrante, la psicoanalista y filósofa Cynthia Fleury nos cuenta las raíces psíquicas de esa caída en el resentimiento tanto individual como colectivo, nos ayuda a entender cómo funciona sobre una base de delirios persecutorios y complotistas, por qué es tan difícil de revertir y a la vez no debe ser minimizado en su capacidad de daño
A partir de su experiencia como analista, explica qué modos podrían ensayarse para sacar a las personas de la inercia mortífera y mostrarles el camino de una vida posible, abierta. Lectora apasionada de Dostoievski y Rilke, Adorno y Fanon, Freud y Winnicott, Nietzsche y Cioran, y a la vez comprometida con el padecimiento que escucha en sus pacientes, Cynthia Fleury nos invita a sumergirnos en el bajofondo de la vida psíquica y a vislumbrar los antídotos con que transformar el desborde del resentimiento para pasar a otra cosa: allí están los vínculos de amor o amistad, los espacios del cuidado, la militancia, la escritura, los proyectos de trabajo y de lucha, la herramienta del humor
Hoy, cuando todo parece preparado para la llegada de una nueva partitura retrógrada y cuando florecen líderes capaces de interpelar las pasiones más tristes, este libro se vuelve imprescindible e inmensamente iluminador
Libro AQUÍ YACE LA AMARGURA CÓMO CURAR EL RESENTIMIENTO QUE CORROE NUESTRAS VIDAS
Libro AQUÍ YACE LA AMARGURA CÓMO CURAR EL RESENTIMIENTO QUE CORROE NUESTRAS VIDAS
Un verdadero trabajo que invita a reflexionar acerca del resentimiento y de sus derivados
Libro AQUÍ YACE LA AMARGURA CÓMO CURAR EL RESENTIMIENTO QUE CORROE NUESTRAS VIDAS
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